MORIR SUBITAMENTE
Ella -
¿No ha sido el azteca el que conmueve corazones?
¿No ha sido él quien perturba mi piel con su cantar?
A quien devoro con mi pensamiento.
¿No ha sido él quien con sus ojos me ha penetrado?
Quien lleva mi mente a parajes lejanos,
y puso a mis pies pavo reales y cenzontles.
Adornóme con jade y piedras preciosas.
¿No ha sido él?
Ahora te pido que seas tú él que reclame este cuerpo,
que has conquistado con tus luceros negros,
tal como lo hicieron con tu tierra.
Él -
Me gusta más que la mujer me toque con el acorde
de algún excéntrico instrumento que,
el glande con la punta de la lengua.
Que de su boca salgan cánticos celestiales
a versos de amor.
Que desnude el lienzo de su última pintura,
a que desnude sus senos.
Que me deleite con el movimiento de sus pies,
al compás de Tchaikovsky,
a que me haga gemir con el movimiento de sus caderas.
Por que ansío más el intercambio intelectual,
que el de sus fluidos a mi boca.
De la misma manera me encantaría tenerte así.
Ya que cuando te vayas, por que lo harás,
me dejarás tu sonrisa, tus recuerdos, tus aficiones.
Me dejarás parte de tu alma, de tu mente,
Y podré recortarte tal como eres,
Sin tapujos, sin máscaras.
Sabré que es lo que verdaderamente deseas en un hombre,
así podré esculpirme a imagen y semejanza de tus anhelos.
Ella -
¿Rechazarás ahora el calor de mi vientre?
¿Rechazarás el aroma de mi perfume en tu pecho?
¿Alejas tu pensamiento de mi desnudez?
¿No te das cuenta que te estoy dando morada en mis muslos?
Si rompieras mis vestidos en este momento,
no estaría más agradecida antes, una mujer con un hombre.
¡Arrebata mi intimidad! ¡Quítala!
¡Saciate! ¡No la desprecies! Que al hacerlo,
me matas súbitamente.
Él -
No sabes cuánto desearía tocarte.
Pero ambos sabemos nuestro lugar.
No quisiera que nos confundiésemos con nuestro rol.
Cada noche pienso, después de verte, que me basta,
que con verte sonreír es suficiente para mi alma.
Te busco entre la multitud.
Mi corazón se se debilita con tu ausencia.
Mis ojos lloran si no te encuentran.
Mi bandolón deja de serlo,
y se convierte en un simple bloque de madera.
Ya que su voz fue hecha especialmente para ti.
¡Cuánto quiero decirte vete!
Así no sufriríamos nunca los dos.
Déjame seguir tocando entre los charros mí bandolón.
Déjame seguir cantando música de Jimenez.
Pero veme, escúchame, ya que si no lo haces,
me matas súbitamente.
D/A