De La Soledad Absoluta LOS PERIODISTAS YA HAN TERMINADO
sus entrevistas, los editores han tomado el tren de vuelta a Zurich, los amigos
con los que he cenado se han ido a casa, y yo salgo a pasear por Ginebra. La
noche es particularmente agradable, las calles están desiertas; los bares y
restaurantes, llenos de vida; todo parece absolutamente tranquilo, en orden,
hermoso, y de repente... Y de repente me doy cuenta que estoy
absolutamente solo. Sé que ya he estado solo muchas veces este año. Sé
que, en algún lugar, a dos horas de vuelo, me espera mi mujer. Y sé que,
después de un día tan agitado como el de hoy, no hay nada mejor que pasear por
las callejuelas y los rincones del casco antiguo de Ginebra, sin tener que
hablar de nada con nadie, contemplando sin más la belleza a mi
alrededor. Sólo que esta noche, por alguna razón que desconozco, este
sentimiento de soledad es extraordinariamente opresor, angustioso; no tengo con
quién compartir la ciudad, el paseo, los comentarios que me gustaría hacer. Por
supuesto, tengo un teléfono móvil en el bolsillo, y un número considerable de
amigos en esta ciudad, pero es ya muy tarde para llamarlos. Considero la
posibilidad de entrar en algún bar y tomar una copa. Con casi total
seguridad, alguien me reconocerá y me invitará a sentarme a su mesa. Pero
pienso también que es importante llegar al fondo de este vacío, de esta
sensación de que a nadie le importa si uno existe o deja de existir, así que
continúo caminando. Veo una fuente y recuerdo que estuve allí el año
pasado, con una pintora rusa que acababa de ilustrar un texto mío que había
escrito para Amnistía Internacional. Aquel día apenas intercambiamos palabra,
tan sólo escuchamos el chisporroteo del agua y la música de un violín que venía
de lejos. Cada uno estaba sumido en sus pensamientos, pero los dos sabíamos
que, aunque distantes el uno del otro, no estábamos solos. Camino un
poco más, en dirección a la catedral. Miro al otro lado de la calle; hay una
ventana medio abierta y a través de ella veo en el interior a una familia
hablando. La sensación de soledad aumenta, imparable; el paseo nocturno es
ahora un viaje noche adentro, en el que busco el significado de sentirse
completamente solo. Empiezo a imaginar cuántos millones de personas, en
este momento, por más ricas o encantadoras que sean, se sienten absolutamente
inútiles y miserables, porque también están solas en esta noche, como lo
estuvieron ayer, y como posiblemente lo estarán mañana. Estudiantes que
no encontrarán con quién salir esta noche, ancianos delante de la televisión
como si fuera su última salvación, hombres de negocios en sus habitaciones de
hotel, preguntándose si tiene algún sentido lo que hacen, ya que en este momento
sólo sienten la desesperación de estar solos. Recuerdo un comentario
oído durante la cena: alquien que acababa de divorciarse decía: "ahora tengo
la libertad con que siempre soñé". Es mentira; nadie quiere ese tipo de
libertad, todos queremos un compromiso, una persona que esté a nuestro lado
viendo las bellezas de Ginebra, hablando de la vida, o simplemente compartiendo
un bocadillo. Mejor comer una mitad que comer uno entero y no tener
con quién compartir nada, aunque sea un poco de comida. Es mejor pasar hambre a
estar solo. Porque cuando uno está solo (y no hablo de la soledad que
escogemos, sino de la que aceptamos resignados) es como si dejase de formar
parte de la raza humana. Comienzo a caminar hacia el hermoso hotel del
otro lado del río, con su confortable habitación, sus atentos empleados, su
servicio de primerísima calidad. Dentro de un rato estaré durmiendo, y mañana
esta extraña sensación que, no sé por qué, me ha arrebatado hoy, será sólo un
recuerdo remoto y extraño, pues no tengo motivos para afirmar que estoy
solo. Camino de vuelta, me cruzo con otras personas solitarias; tienen
dos tipos de miradas: arrogantes (porque quieren fingir que escogieron la
soledad en esta linda noche) o tristes (porque consideran que no hay nada peor
en la vida). Se me ocurre que podría hablar con ellas, pero sé que se
avergüenzan de su propia soledad. Tal vez sea mejor dejar que lleguen al
límite y se den cuenta de que hay que ser osado, hablar con desconocidos,
descubrir lugares donde conocer gente y evitar ir a casa a ver la tele o leer un
libro. De otra manera, ser perderá el sentido de la vida, la soledad se habrá
convertido en un vicio, y el largo camino de vuelta en dirección al ser humano
se habrá perdido para siempre. Paulo Coelho
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