La manera de peinarte desnuda ante el espejo húmedo del baño, de apresar en la palma tu cabello para escurrir el agua y agacharte en medio de palabras que no entiendo; el acto de secar tu piel, la forma de sentir con las yemas una arruga que ayer no estaba, o de pasar la toalla por la pátina oscura de tu pubis; el modo de mirarte a ti contigo tan cerca y tan lejana, concentrada en una intimidad que a mí me excluye, son gestos cotidianos de sorpresa, ritos que desconozco al observar las mismas ceremonias que renuevas al calor de tu cuerpo y que dividen un segundo en partículas: espacios donde la vida expresa su sentido posible y que se afirman al peinarte desnuda en las mañanas, como un fruto que yo contemplo por primera vez.