AUSENCIA
DE DIOS
de Mario
Benedetti
Digamos
que te alejas definitivamente hacia el pozo de olvido que prefieres, pero
la mejor parte de tu espacio, en realidad la única constante de tu
espacio, quedará para siempre en mí,
doliente,
persuadida,
frustrada, silenciosa, quedará en mí tu corazón inerte y sustancial, tu
corazón de una promesa única en mí que estoy enteramente
solo sobreviviéndote.
Después
de ese dolor redondo y eficaz, pacientemente agrio, de invencible
ternura, ya no importa que use tu insoportable ausencia ni que me atreva a
preguntar si cabes como siempre en una
palabra.
Lo
cierto es que ahora ya no estás en mi noche desgarradoramente idéntica a las
otras que repetí buscándote, rodeándote. Hay solamente un eco
irremediable de mi voz como niño, esa que no
sabía.
Ahora
que miedo inútil, qué vergüenza no tener oración para morder, no tener fe
para clavar las uñas, no tener nada más que la noche, saber que Dios se
muere, se resbala, que Dios retrocede con los brazos cerrados, con los
labios cerrados, con la niebla, como un campanario atrozmente en
ruinas que desandara siglos de
ceniza
Es
tarde. Sin embargo yo daría todos los juramentos y las lluvias, las
paredes con insultos y mimos, las ventanas de invierno, el mar a
veces, por no tener tu corazón en mí, tu corazón inevitable y
doloroso en mí que estoy enteramente
solo sobreviviéndote.
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