Un día se encuentran
al borde del río,
el sapo y la rana,
de verde los dos.
El sapo le dice
con ojos de amor:
-¡Qué linda pollera,
qué lindo mantón!
Si usted lo quisiera
feliz sería yo.
Ofrecerle puedo,
señora, turrón,
mantilla de seda,
pañuelos de olor.
Por casa tendría
nenúfar en flor,
manteles bordados
con mucho almidón.
Sería princesa
de aquel, mi torreón,
iría del brazo
de éste, su señor.
Usted con sus perlas
y yo de reloj.
Su canto sería
mi luz y mi sol.
Acépteme, rana,
que soy de valor
y sapos tan ricos
no hay en la región.
La rana se mece
como un tornasol,
al sapo se acerca,
le toma el bastón
y oronda le dice:
-Aquí sólo falta,
pues, la bendición.
Iremos al prado
para la ocasión,
tendremos padrinos
y dama de honor;
yo tendré por toca
un gran peinetón
y el novio levita
de negro color.
Por altar tendremos
la azucena en flor
y toda la fiesta
será una emoción.
Y así se casaron
la bella ranita
y el sapo cantor
y hubo bombones
y cantos y arroz.
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