El pequeño huevo de
chocolate
¡Viva! Por fin en vacación!". Aquel de Federica fue un
grito de alegría. El día siguiente serían iniciadas las vacaciones de
Pascua. Se encaminó veloz hacia casa, saludando a alta voz a los
condiscípulos que se pararon a charlar. Por la tarde habría partido para
ir a encontrar los abuelos en el campo. Una semana de descanso absoluto y
juego: ¡a las tareas nos habría pensado en la vuelta!
A la improvisación en cambio, su atención fue llamada por
un pequeño grupo de personas cercado alrededor de una sorpresa tenderete.
Un simpático viejecito, vestido por brujo, empaquetó con hacer incierto
pero solemne de los pequeños huevos de chocolate.
Los chicos alrededor del banquete parecieron más interesados a las
historias fantásticas contadas por el brujo que a los huevos de chocolate:
este en efecto fueron pequeñitas, bastante macizas, y también empaquetáis
no fueron mínimamente comparables con las que él pudo admirar en los
escaparates de las reposterías. Federica se
acercó a curiosa, e inició a escuchar las palabras del viejecito "... no
son los usuales huevos de chocolate… no hacéis engañarvos de la
apariencia… Son huevos mágicos.... te la Compras y no os arrepentiréis de
ello…." "Sería divertida pararse a escucharlo -
Federica pensó - pero tengo que ir a casa". Estuvo a punto de alejarse,
cuando el viejecito se dirigió a con estas palabras: "Y tú, simpática
niña, no compra a uno de mis huevos mágicos?". Federica fue cogida
desprevenido, y no sabiendo qué contestar, dijo: La compraría de bueno
gana ", pero tengo solamente poco chicos, y no pienso basten para también
comprar sólo uno huevo!". Federica enseñó los pocas monedas que tuvo en el
bolsillo, pero al viejecito no semejó interesar el dinero que Federica
pudo ofrecerle: "Eliges aquél que más te gusta-le dijo - la entrega a
casa, y sólo la abres el día de Pascua!."
Federica, un poquito titubeante, eligió ya su pequeno huevo entre los
empaquetados, entregó el dinero al viejecito y se encaminó hacia casa. La
tarde, mientras preparó los equipajes por su vacación, tomadas el pequeño
huevo y lo puso en su mochila: fue de veras gracioso, envuelto en aquel
papel pintado y atado con un moño dorado. La
llegada a casa de los abuelos fue como siempre una fiesta: tres meses sólo
fueron pasados por las vacaciones de Navidad, pero pareció que no se viera
desde hace años. ¡A la usual Federica corrieron en su cama, mirando si
sus pequeños primos ya hubieran llegado, y luego calle, a cena! En
todo esto trasiego, no se acordó casi pequeno huevo; solamente la tarde,
antes de acostarse, lo sacó de la mochila y lo apoyó en una repisa a los
pies de la cama. Los días pasaron veloces y
descuidadas hasta que el día más esperado llegó: Pascua. O mejor, el día
del almuerzo de Pascua. En estas ocasiones en efecto la abuela, hábil
cocinera, solió preparar almuerzos memorables y luego, además, hubieron
los huevos que romper. ¡Cada año fue una competición con los pequeños
primos para ver quien hubiera vencido la sorpresa más bonita! Y a juzgar
por los huevos de chocolate apoyados en la creencia, también este año
habría sido una bonita competición. Por fin el
momento llegó: el almuerzo les volvió al término y a Federica tuvo frente
a si un majestuoso huevo de pasqua, elegantemente decorado. A lo usual,
fue el abuelo a empezar la fiesta: "¡Y ahora, mi pequeños nietos, abra
vuestros huevos!". Poco segundo, y los huevos ya fueron a
trozos! En el huevo de Giovanni, el cuginetto
más grande, fue un bonito reloj mientras en aquel de Marco, el más
pequeñito, fue un cochecillo; Por fin Federica encontró un bonito collar.
Giovanni enseñó con orgullo su regalo, convencido de haber vencido la
competición, pero Federica le tuvo en serbio una sorpresa. "Paras todo, yo
todavía tengo un huevo" y así diciendo carreras a habitación a tomar su
pequeno huevo. Cuando volvió a cuarto de estar,
hubo una gran risotada de parte de todos los comensales: efectivamente,
con respecto de los huevos apenas abiertos, aquel pequeno huevo pareció de
veras ridículo. Pero Federica no se desanimó, se metió a jefe mesa y dijo,
con hacer solemne: "Vosotros no sabéis, pero este huevo es mágico!". Sacó
el papel y rompió el huevo. En un instante la hilaridad de los comensales
se transformó en estupor: del huevo en efecto salió un pajarito de
chocolate, que inició en un primer momento a moverse incierto sobre la
mesa y luego, tomado un poquito de ánimo, desprendió el vuelo y empezó a
volar en el gran comedor. No hubo duda: estuvo sin otro la sorpresa más
bonita de esta Pascua. Después de un primero
instante de incomodidad, el abuelo dijo: "Federica, ahora cosa hacemos con
este simpático a pajarito?". Viendo su pequeño primo vagar furtivo
con la red que usó de verano para capturar las mariposas, Federica
exclamó: "Ante todo tenemos que protegerlo de Marco. ¡Sabes cuánto es
goloso, podría hacerse venir extrañas ideas!". En el ínterin pero el
pajarito alcanzó la gran ventana que dio al jardín, se posó por un último
gorjeo de saludo y voló fuera! Federica se precipitó en jardín, pero ya
del pajarito ya no fue huella. El resto de la
vacación pasó alegre y descuidada, aunque Federica no logró olvidar su
pajarito volado fuera. Llegó por lo tanto el
día del regreso a casa y-todavía peor-del regreso a escuela.
El primer día pasó sin grandes problemas: la maestra
corrigió las tareas, con las amigas habló de las vacaciones pasadas y a la
hora de almuerzo salió para ir a casa, pero en cuanto fuera de la escuela
hubo una sorpresa a esperar a Federica: el viejecito vestido por brujo
otra de sus descabellados tenderetes preparó.
Federica se hizo ancha entre los curiosos y llegó delante del brujo;
habría querido preguntarle muchas cosas, pero una vez más el viejecito la
precedió: "Hola, me acuerdo de ti!" Luego, después de una breve pausa,
dijo: "Creo saber cosa te hace falta!" y hurgando entre las baratijas
encontró un simpático pito en forma de pajarito. Federica, como siempre,
recogió un poquito de monedas del bolsillo y las entregó al viejecito con
una sonrisa, tomadas el pito y volvió de carrera a casa.
Almorzó velozmente y luego calle sobre el balcón; sopló en
el pito y quedó en espera: al principio pareció que nada no está
sucediendo, pero luego, de repente, apareció al horizonte al simpático
pajarito que inició a aletear y gorjear alrededor de Federica, por luego
desaparecer de nuevo en el cielo azul. Una vez más el viejecito tuvo
razón: pequeno huevo y pito fueron de veras mágicos, y ahora Federica y su
simpático pajarito habrían podido siempre estar
junto.
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