Los problemas que surgen a lo largo de la vida pueden ser grandes pruebas. Aún en tiempos de inmensas dificultades, nunca debemos perder la esperanza. Sea grande o chico el problema, tenemos dos opciones: podemos elegir en que la prueba nos amargue, o nos mejore.
¿Como nos podría mejorar un problema?. Podemos estar en una tormenta gigante, que parece arrasarlo todo, y pensar que estamos perdidos. Sin duda la tormenta puede abatirnos, pero la tormenta pasará. Como un árbol que pierde todas sus hojas en otoño, luego recobrará su verde. En una crisis se comprueba nuestra madurez espiritual.
¿En qué se basa la madurez?, en el aprendizaje; pero no hay aprendizaje sin trabajo arduo. Hay una verdad que parece sorprender a muchos: la vida es difícil, y los obstáculos son parte de ella, por lo tanto hay que estar preparados para soportarlos. Hay otra verdad: la vida también es hermosa, y esto es independiente de lo que tengamos. No dejemos que nada nos impidan disfrutarla, encontremos la belleza donde a primera vista no hay nada, porque si la hay.
Es en el momento de la tormenta cuando tenemos que tomar la decisión adecuada: que la situación nos mejore, o nos amargue. Siempre hay posibilidades para salir del problema, ser positivo en esos momentos es una opción que debemos tomar, y que tendrá profundas consecuencias. Las palabras que dice nuestra boca son de fundamental importancia también.
Aún en tiempos de inmensos problemas, tengan certeza de que Dios sacará algo bueno de todo esto, mantengan la esperanza en toda la prueba. Las situaciones difíciles, efectivamente, pueden sacar a relucir toda clase de basura que yacía dentro nuestro sin darnos cuenta, como orgullo, enojo, rebelión, autocompasión, resentimientos y queja. Es necesario enfrentarnos y deshacernos de todos estos rasgos desagradables.
Si la constancia en la fe nos lleva la obra a felíz término, que no quede duda alguna que estamos ante un paso más a ser personas íntegras y disfrutar aún más la belleza de la vida.
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