Hablar sobre sexualidad es hablar sobre vida,
sobre metas, sobre ilusiones y proyecto vital.
Hablar sobre sexualidad es identificar cómo
se relaciona la persona consigo misma
y con los demás, en particular con el sexo
opuesto. ¿Se caracterizan estas relaciones
por el aprecio, la consideración, el respeto?
Hoy en día se apuesta cada vez menos
por una sexualidad sana. Se deja de
lado la posibilidad integral de comunicación
con nuestros semejantes. La sexualidad
no se limita a las relaciones sentimentales:
implica las relaciones familiares, de amistad y de compañerismo.
Cuando la persona no está comprometida
en una relación de matrimonio, es importante
que pueda explotar su vida afectiva por medio
de vínculos genuinos de amistad y una
convicción profunda del valor de su cuerpo
y del cuerpo de los demás. Esta convicción
es muy importante para vivir, con integridad,
las etapas de la vida en las que la sexualidad no
se manifiesta por medio de
relaciones sexuales genitales.
No por eso deben descuidarse las relaciones
humanas: ¡todos necesitamos sentirnos
apreciados y capaces de apreciar a
nuestros semejantes! Es por esto que,
en su dimensión afectiva, es fundamental
desarrollar la ternura como medio
de intercambiar cariño.
Muchas manifestaciones de la ternura se
caracterizan por la renuncia o postergación
de la gratificación física personal. La ternura
ayuda al hombre y a la mujer a mantener
el intercambio afectivo, por medio de
detalles, gestos de cariño, como tiempos
de soledad apacible, apreciación del arte,
practicar deportes juntos y cultivar amistades
significativas, aún en períodos en los que
las relaciones sexuales no son totalmente
satisfactorias, o simplemente no pueden darse.
En ambas dimensiones, tanto en la
sensualidad como en la ternura, las
personas necesitan administrar sus
impulsos y necesidades con equilibrio y
autodominio –aún cuando la presión
emocional sea fuerte-, tomando en cuenta
los valores humanos más centrales.
Esto no es sencillo. Sin embargo, la convicción
profunda de que las relaciones sexuales
ameritan una entrega enmarcada en un
contexto de convicciones, ternura y compromiso,
puede hacer más llevadera la decisión de
postergar la gratificación física personal.
Para que la sexualidad pueda desarrollarse
en forma integral, es necesario que
involucre la vida interior del hombre y de la
mujer. La intimidad –entendida como la
sensibilidad ante los procesos de la pareja,
la seguridad de la aceptación del otro y,
por ende, el fortalecimiento de la autoestima–,
puede bien existir aún en relaciones platónicas,
como la amistad y la fraternidad.
Aunque es cierto que cobra una fuerza especial
en la relación de pareja –donde la unión de
los cuerpos es un ingrediente importantísimo
en la comunión (“común unión”) del hombre
y la mujer-, todas las personas, tanto las que
son sexualmente activas como las que no,
necesitan procurar su desarrollo humano y
afectivo pleno, en un marco de respeto,
de dignidad y de estima propia.
Claire de Mézerville
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