Dicen, suspiran, nombran, llaman, cantan. Arrullan o se agitan, iracundas, dan nombre al mundo y al nombrarlo crean la realidad feroz de su quimera.
Tú te marchas. Te vas, pero se quedan tus manos en mi ser, me reconocen como dulce extensión de las caricias.
Soy suya. Me poseen, me recorren, me saben parte de su piel. Me besan.
Yo me sumerjo en ellas y me siento hundida en una carne transparente más densa que la mar, más perdurable que la roca tenaz de las distancias.
Me alimenta la sed esa agua en fuga que entre tus dedos tejes y derramas.
Ebria estoy, mas sedienta. Tú lo sabes, tú que inauguras esta sed a gritos con que en silencio bebo de tu cuerpo.
Dame más sed, dame más sed. Abreva con tu silencio mi ansiedad abierta.
Tengo la piel cuarteada sin el agua que nace de las fuentes de tus dedos.
Sumerge el manantial, cava ese pozo, siembra en mí con tu gesto sed y agua, riega la era, al fin. Dame tus labios. Las palabras, jamás. Dame los besos. Déjame que te beba a borbotones.
Mañana sé que ha de venir el día y con él el desierto sin memoria.
Mañana me darás, en el silencio, potestad de medir el infortunio con la falta infinita de tus manos.
Mañana... Pero hoy, siémbrame toda de ansiedades, deseos, luces, sombras, de miradas furtivas, ecos, risas, de cuartos defendidos contra el mundo y abiertos a los mares interiores de una ternura oscura, indescifrable.
Ahora ven, y ahógame en tu boca. Déjame agonizar bajo la dicha. Bajo tu lluvia tiende mi vacío y sumerge en mis ojos tu mirada.
Ciega estoy si me asomo al universo sin la luz que me otorgan tus pupilas.
Viviré en las orillas de tus besos exilada en la noche sin fronteras. Siempre al borde de ti. Siempre a la orilla, siempre al margen, apenas en la playa, mojando con la punta de mis dedos la sed que de tu espuma me atormenta.