LA MISIÓN
Mis manos en tus manos se volverán capullos para albergar calores nacidos de su pacto, desdoblarán la sombra crecida entre la siembra nocturnal y silente de nuestros corazones.
Al tallar la madera con nuestros propios besos, la madera que tiembla de frío y sin hogueras, veremos llamaradas que surgen majestuosas para darnos sus besos, fundiendo nuestras razas.
Los colores dispersos llegarán a cubrirse con tu espiga de plata y mi manto silvestre; nuestras pieles sedientas evocarán al sabio arquitecto de sueños, forjador de horizontes.
Nuestro verso perfecto, será ver como saltan cascadas de agua clara en las bocas sedientas, semillas que reparten su milagro de panes, y prados que amanecen con flores en el pecho.
Extendamos la risa de nuestros corazones a todos los lugares donde va la tristeza, regando los sembrados y las viejas ciudades, y así podremos vernos con la mirada limpia.
Comulguemos, atentos, con la nueva alborada que nace lentamente para darnos las hostias de un Dios humanizado, que pedirá sigamos construyendo un futuro sin razas, sin banderas.
A ti, pequeño cisne, de blancura sin tacha, pedir quiero que lleves, como estandarte nuevo, nuestros brazos alzados para que el mundo sepa que el amor tiene magia y funde los colores.
A ti, grandioso hermano, forjador de palabras, pescador de ilusiones, pedir quiero que lleves nuestras plumas alzadas para cantarle al mundo que el amor tiene magia y destierra rencores.
Autor: César Lucil (El Salvador)
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