En Lima del siglo XVII, unos esclavos afroamericanos, constituyeron una cofradía en el barrio de Pachacamilla. Corrían los años de 1651 cuando pintaron sobre un muro del lugar, la imagen del Señor Crucificado para orar. Así de simple y con gran sencillez, nació la imagen de mayor devoción limeña.
Tiempo después por los años de 1670, el lugar quedó abandonado y un vecino del barrio decidió tributarle culto, poniendo por techo una pobre ramada y por altar una mesa de adobes. La leyenda popular narra que el Señor premió este gesto sanando a su benefactor de una cruel enfermedad. A este primer devoto muchos le hicieron compañía en su devoción al Crucificado, estableciendose cada viernes por la noche, romerías con música y cajón.
El párroco del templo de San Marcelo, en agosto de 1671, dio cuenta tanto al Virrey don Pedro Fernández de Castro y Andrade, Conde de Lemos, de ciertos sucesos en torno a la imagen con la intensión de clausurar el centro de culto. El clamor popular para que no se borrara la imagen no se hizo esperar y pronto se generalizó. El Virrey y su esposa, acompañados de autoridades del clero, fueron a conocer el humilde galpón, donde Cristo había decidido perpetuarse. Quedaron impresionados y decidieron se levantara una ermita provisional.
Cumpliendo con lo dispuesto por el virrey, se inició la construcción de una cerca de adobes, se techó el galpón y se levantó un altar. Culminados los trabajos dentro de la más absoluta sencillez, decidieron celebrar en el lugar una misa, siendo el día escogido, el 14 de setiembre de 1671, fecha en que se celebra la Exaltación de la Cruz, como una forma de desagraviar al Cristo de Pachacamilla, por las ofensas inferidas a su imagen.
El Conde de Lemos, ferviente devoto del Cristo de Pachacamilla, conocido ya como Cristo de las Maravillas o de los Milagros, para formalizar el culto designó como mayordomo de la Ermita a Don Juan Quevedo y Zárate. La primera tarea que se impuso el primer mayordomo fue comprar el terreno donde se había levantado la ermita. Hasta ese momento se pensaba que las tierras, donde se había pintado la imagen, eran baldías, pero aparecieron los propietarios para reclamar sus derechos.
La primera procesión fue a raíz del terremoto del 20 octubre de 1687. Sebastián de Antuñano sacó una réplica de la imagen y junto a devotos congregados en su ermita, que habían buscado refugio, recorrieron las principales calles de Lima. Es así como nace la Procesión del Señor de los Milagros. Al conmemorarse el primer aniversario del terremoto del 28 de octubre de 1746, la imagen tomará la costumbre de salir el 28 de octubre, visitando calles, templos, monasterios y hasta ramadas.
El mural que ha llegado a nosotros, punto de partida de la iconografía del Señor de los milagros, representa a Cristo en la Cruz, con María a su lado y la Magdalena a sus pies. Cual Trinidad vertical sobre la Cruz está Dios Padre y el Espíritu Santo. La representación de la ciudad y un tanto lejana y detrás de la cruz, se relaciona con Lima. Pero la imagen original sólo tenía a Cristo en la Cruz. En 1671 por encargo del Conde de Lemos, se pintaron las figuras de Dios y el Espíritu Santo. Muchas versiones se han hecho de esta imagen, presentando algunas veces a María como Dolorosa, es decir con un puñal. Son versiones, por lo general, realizadas para recorridos procesionales.
El 3 de mayo de 1766, se acepta hoy como fundación de la Hermandad del Señor de los Milagros. Corrían los días del gobierno del Virrey Amat en que fundaron formalmente, las cuatro primeras cuadrillas, pues las procesiones que ya se venían realizando, no eran organizadas como hoy, por cuadrillas especializadas, aunque sus cargadores ya vestían el hábito morado.
Hoy día, un mar morado sigue devotamente al Señor de los Milagros, portado en andas avanza lentamente. Va bamboleante y haciendo venias. De balcones antiguos y edificios modernos, decorados con guirnaldas y cadenetas con clásicos colores blanco y morado; caen lluvia de pétalos y papel picado para festejar su presencia.
Repique de campanas y bombardas acompañan sus pasos. Siempre cerca al Señor, el incienso de las tradicionales sahumadoras, como sentidos cánticos de sus Cantoras y los miembros de la Hermandad, van anillados en su clásico culto revestidos con sus moradas vestimentas y rodeados de cirios.
Al sonido del "martillero" marca el paso de la procesión y a la voz de ¡Avancen hermanos! Se da el recorrido. Son pasos difíciles de imitar. Levantar el anda, es para los hermanos un dolor sublime. Con paso firme recorren las calles de Lima, Hermanos, Cargadores y Mistureros, visitando en los últimos años diversas zonas de Lima. Alfombras de flores multicolores marcan el camino del Señor.
Hombres, mujeres, ancianos y niños caminan apretujados unos con otros sin importarles el calor o el cansancio. Penitentes, pies descalzos, lágrimas de fieles, plegarias al cielo e interminables aplausos dan marco a una procesión esencialmente popular. Detentes, hábitos, calendarios, rosarios, anillos, velas, cordones blancos, gorras, estampitas, son adquiridas por sus devotos.
Combinados de arroz con pollo, tallarines, papa a la huancaina, están presentes. Anticuchos y picarones, provocan una gran humareda, mucho mayor que las sahumadoras. Mazamorra Morada y también el Turrón de doña Pepa, que la morena doña Josefa Marmanillo por el 1800 nos legara el tradicional dulce, producto del amase de la harina y miel de chancaca. Año a año las escenas se repiten por doquier.
El acompasado movimiento impreso por los cargadores del anda, da a la imagen un ritmo de humano movimiento, mientras que sus cantoras entonan su Himno...
Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión, tus fieles devotos, a implorar tu bendición...