Joven Esposa De Otro La conocía ya, casi la amaba, sin habérselo dicho todavía. Yo era todo una mano que avanzaba, y era un pie que a la vez retrocedía. Joven esposa de quien no era extraño, sentado a veces a mi propia mesa, maniobrando mi mente hacia un engaño que ineludible la mirada expresa. Mas nadie percibió tan sutil huella al fondo de mis ojos, sino ella.
Se mantuvo el silencio. Y aunque a gritos parecía explotar el alma entera, quedaban circunscritos a timidez de inagotable espera.
Temor, temor, despótica coraza, sórdida represión trituradora, amenaza indecisa que rechaza la profesión de fe por la deshora.
Mas la deshora progresó en intento, alzaron su rumor las alusiones, y sucediendo el júbilo al lamento, la palabra quebró sus eslabones.
En la joven esposa brotaron alas, se brindaron manos, la niebla opaca se hizo luminosa y los besos prohibidos más cercanos. Le reventó una aurora en las entrañas que a lanzadas de amor la dejó herida, y un abrazo de sábanas extrañas le pareció la historia de su vida; y en sábanas vibrantes venideras vio trabazón de muslos y caderas.
La conocí mejor, y empecé a amarla; y progresó mi pie sin retroceso, y avanzaron los suyos, y al tocarla, se lo dije por fin, y me dio un beso. Y tanto más me dio que no revelo, tanto me sigue dando todavía, sedosa desnudez, pantera en celo, joven esposa de otro, amada mía.
Francisco Alvarez Hidalgo
Los Angeles, 23 de noviembre de 2005
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