En las largas cuadras, de empedradas calles,
de adoquines grises de relieve indócil,
se sienten nostalgias.
Las cortas farolas, en anchas veredas,
que ayer alumbraban progreso y verdor,
hoy velan fantasmas.
Desde las ventanas, por una mirilla,
espían las almas que al pueblo aferradas
quedaron varadas.
En las verdes plazas los bancos extrañan
la joven presencia,
y cupido exalta del amor su ausencia.
La pobre estación, vacía de todo, se llenó de nada.
No hay tren que perturbe, el hastío apesta,
el silencio aturde.
Por el pueblo viejo, de luces escasas y aldaba en las puertas,
los trenes pasaban.
Y un hilo de luz, de fe y de quietud, nos daba esperanza.
En el pueblo viejo, de casas abiertas y patios con vida
se perdió la esencia.