A veces cuesta reconocerlos porque dan la impresión de ser personas maduras, independientes, que se valen por sí mismas. Son los adolescentes eternos: mujeres y hombres que siguen viviendo en la casa de sus padres, a pesar de que los años de escolaridad hayan quedado atrás (en muchos casos, muy atrás).
No me refiero a quienes viven en la casa familiar porque deben cuidar a alguno de los integrantes, sino a aquellos que incluso pasados los 30 años no se mudan solos o con su pareja, ni tienen planes para hacerlo. Este fenómeno es moneda corriente en prácticamente toda América Latina. No llama la atención si una mujer (o un hombre) de más de 30 años aún duerme en la misma habitación que tenía cuando iba a la escuela. De hecho, es incluso habitual que su pareja se quede a dormir con él o ella en el cuarto. Estoy de acuerdo con el hecho de que no hay mejor lugar para un niño o un joven que el hogar familiar, pero llega un punto en el que precisamos tomar las riendas de nuestra propia vida e independizarnos.
Creo que atribuir esta actitud a la crisis económica es demasiado simplista. Hace algunos meses e incluso años, la economía florecía y muchísimas personas adultas permanecían acobijadas en el hogar en el que nacieron. Hay quienes generan ingresos considerables pero prefieren continuar de este modo.
Personalmente, considero que la comodidad y el no asumir la edad que tienen (con las responsabilidades que esto implica) son un factor determinante. ¿Para qué pagar impuestos o servicios, lidiar con un refrigerador semi vacío, ocuparse de la ropa sucia, o incluso preparar el desayuno? A mamá y papá les gusta estar a cargo de eso…
También hay padres que no permiten que sus hijos o hijas se vayan hasta que no se casen, o que alientan a sus “pequeños” a permanecer viviendo con ellos (tampoco asumen que han crecido, y tal vez intentan seguir generando una alta dependencia, como cuando eran niños).
¿Qué crees que lleva a los adolescentes eternos a no querer irse del hogar familiar?