¡Que imprevisible e incomprensible es una vida humana! De año en año, día tras día, te mueves entre hombres y cosas. A veces brilla el sol, aunque no sepas el porqué. Estás contento. Ves el lado bello y bueno de la vida. Ríes, das las gracias, bailas. Tu trabajo va bien. Todos son amables contigo. ¿Quizás has dormido bien? ¿Quizás has encontrado a un amigo que te ha dado seguridad? Quisieras que estos momentos de paz y profunda alegría no terminaran nunca. Pero…, de golpe, todo ha cambiado.
¡Es como si un sol demasiado fuerte atrajera a las nubes! Estás lleno de una especie de tristeza que no sabes explicar. Lo ves todo negro. Estás convencido de que no importas a los demás. Por cualquier bobada te lamentas, te vuelves gruñón, celoso y ofensivo. Piensas que será siempre así y que ese mal humor nunca cambiará. Y, de nuevo, no conoces el porqué. ¿Quizás estás cansado? No lo sabes. ¿Por qué ha de ser así? Porque el hombre es una migaja de “naturaleza”. Con días de primavera y días de otoño, con el calor del verano y el frío del invierno. Porque el hombre sigue el ritmo del mar: marea alta, marea baja. Porque nuestra existencia es un continuo alternarse entre “vivir” y “morir”.