Mis paredes, mi calma y mi vigilia.
El recinto y el tiempo de estar en mí, conmigo. A salvo, finalmente Completamente a salvo del dolor, la razón y el consuelo. Sin temblor, sin temor. Sin atender a nada. Sin aguardar siquiera a que suceda algo. Obediente cautivo que enhebra sus jazmines e insistente cifras, cada noche, que en su ábaco ordena las estrellas, así yo voy limando bayonetas y heridas de rencores y lágrimas. Porque ya nada importa. Mientras tanto, las sirenas, gimiendo, cruzan las avenidas, el ámbar parpadea en las encrucijadas, y, en húmedas alcobas, la soledad tantea, se desliza por el empapelado, y abarquilla sus bordes. Sacudo la tristeza que espolvorea mis sábanas de rabia y alfileres. Precinto con silencio la derrota. No me rindo. No entrego: Simplemente, abandono. Me oculto en el olvido como en un hondo aljibe, al margen de la estrella, el jazmín y la lágrima.
Ana Rossetti.
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