Pasaron varias horas sin saber que hacer, por momentos todo era un gran silencio, el pánico los estaba atrapando y pensaban que estaba todo perdido y que tenían muy pocas posibilidades de salir vivos de aquel lugar.
Todos sabían que había una salida, pero entre tanta oscuridad y el polvo del carbón que hacía más oscuro el ambiente, era imposible localizarla.
Uno de ellos, a tientas logró encontrar y encender una pequeña tea. Era muy poco lo que alumbraba, pero eso permitió que los demás pudieran encontrar otras teas y así lograron iluminar el lugar y encontrar el camino que los llevó fuera de la mina.
Uno de los discípulos preguntó a Hu-Song: -¿Qué podemos aprender de este relato?
Podemos aprender que nuestra luz si no la compartimos con el prójimo, sigue siendo oscuridad contestó Hu-Song.
Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario, la hace crecer.
“Compartir nos enriquece, en lugar de hacernos más pobres”
“Los momentos más felices son aquellos que hemos compartido con otros”
Que Dios nos dé siempre la luz para iluminar a todos los que pasen por nuestro lado.
Si con una vela enciendes otra y esta a otra y así sucesivamente, se pueden llegar a encender miles de ellas y con ellas iluminar al mundo.
De igual modo, si tu corazón está iluminado por el amor, podrás iluminar otros y de esta manera se pueden llegar a iluminar miles de corazones.
“El Señor nos dijo que somos la luz del mundo y para eso está la luz, para iluminar y traer luz a su alrededor”