LA CIUDAD DE AGOSTO
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Baja el avión por fin, estoy bajando a la ciudad de agosto. La sombra de las alas deja huellas azules sobre la tierra seca y recorre los campos con una vibración de película antigua. Estoy bajando, llego a la ciudad tomada por los brazos desnudos, llego a la lentitud de los museos, a terrazas que ponen en los árboles un brillo de cerveza. Estoy en la ciudad del calor soportado, en la ciudad que vive a ritmo de trasbordo. Calle Santa Isabel, número 19, donde acuden los taxis con mirada de perro cazador y la escalera tiene voluntad de mano que se cierra, de mano que se cierra porque esconde por ejemplo una joya, una esmeralda de color memoria, un sueño que se quiere defender, como dos cuerpos se defienden cuando están abrazados, como dos cuerpos que se aman con una minuciosa voluntad de tormenta, como dos cuerpos que ya saben la hora que jamás olvidarán, el caribe metálico de los ventiladores, la sombra de sus aspas en el techo, o las huellas azules, las alas del avión que vuelve a irse, en la ciudad de agosto, en un piso segundo, en un rincón del viento.
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