Era la primera salida del día y había sacado a mi cachorro a hacer algo de ejercicios al patio trasero de la casa. Fue entonces que pude divisar movimientos en un frondoso arbolito de limones; de él descendieron dos pichoncitos de ave, tan chiquitos que apenas caminaban centímetros y como que se cansaban. Iban dando saltitos de manera que yo pensaba, ¿cuándo llegarán a donde quieren ir? Igualmente sus diminutas alas no le daban suficiente destreza para alzar vuelo alguno.
Me di cuenta de que mi perrito también se había percatado del movimiento en las ramas, sin embargo se enfocó en la madre que posaba algo intranquila en la punta del árbol, como vigilando el éxodo de sus pequeñuelos. Me imagino que su principal intención era la de distraer la atención del canino de sobre ellos. Ella volaba como haciendo porras, animando a sus polluelos a que se apresuraran y después regresaba a la cumbre del arbolito. Realizó ese vaivén varias veces.
Pensé en seguir jugando con mi mascota ya que, apenas comenzábamos a divertirnos y aún él no se había percatado del desfile que ocurría a unos cuantos metros de él. Más bien, parecía estar en espera de mis movimientos para luego seguirme. De pronto me asaltó el temor de que en el momento en que le pateara la ansiada pelota, él podría ver esas criaturitas y hacerlas desaparecer. Eso me venía a la mente debido por sobre todo a su casta de cazador y los precedentes de haber correteado algunas aves más grandes.
No pasó mucho tiempo hasta que nos mudamos a otra parte del patio lo más rápido posible y así, desde otro ángulo, pude darles seguimiento a las hermosas criaturitas. Aquello me hizo sentir muy bien… como quien dice, ese día había salvado a dos desamparados pajarillos.
Ese evento me llevó a meditar cómo, de igual manera, bien podemos hacer con las vidas humanas que están a nuestro alcance. Que maravilloso es que tengamos la opción de ayudar a otros a dar vuelta en su camino cuando los vemos rodearse de peligros inminentes y, en algunos casos, prácticamente irreversibles.
Cuán grande satisfacción inunda nuestro ser cuando podemos contemplar a chicos desvalidos a los que hemos tocado para orientarlos a escoger mejores rumbos y verlos llegar con madurez al éxito deseado. Ojalá que cada uno de nosotros escoja y sepa hacer lo mismo.
Ana de Irigoyen
Cuántas veces vamos por la vida sin percatarnos de las necesidades que experimentan los que nos rodean… tal pareciera que lo único que nos interesa son nuestras propias circunstancias. Pero lo cierto es que Dios nos coloca en una situación privilegiada para poder ayudar a otros a enfrentar sus desafíos, especialmente cuando estos les parecen insuperables en el momento.
La experiencia de la autora del pensamiento de hoy, debiera llevarnos a meditar sobre la manera tan sencilla que a veces, podemos brindar esa ayuda…sin tan sólo podemos abrir los ojos a la realidad que nos rodea. Adelante, sepamos hacer lo que nos corresponde y que Dios les bendiga.