que perdedores y satisface nuestra necesidad existencial
de servir y aportar. No es producto de ser inteligente,
ni de tener mucho, sino de saber dónde está el bien
y estar dispuestos a hacerlo.
Para triunfar en el mundo exterior hay que gustar,
ser atractivos, ganar buen dinero para aventajar a los demás,
y por lo tanto este se nutre de la competencia y la ambición.
En cambio, en el mundo interior lo que cuenta son los afectos,
los sueños, las satisfacciones del alma. La riqueza se mide
por las vidas que tocamos, la solidez de los vínculos
que cultivemos con nuestros semejantes, la alegría
de hacer una diferencia positiva en la vida de muchos.
Se ha dicho que la mejor forma de ser felices es procurar
que otros lo sean. Cuanto más estimulemos a los hijos
a que beneficien a los demás y a trabajar en causas
que vayan más allá de sí mismos, mayores
serán la alegría y la satisfacción que gozarán.
Y, como dijo Aristóteles, mayores serán
las posibilidades de merecerse la felicidad.
Ángela Marulanda