Las brujas nunca existieron, me dijo un día mamá, las inventaron en Grecia porque querían asustar a algunos niños rebeldes que se portaban muy mal.
Yo había escuchado siempre que esos seres en verdad, preparaban sus menjurjes con paticas de alacrán y les daban a los niños a la hora de almorzar.
Habitaban en los bosques, muy lejos de la ciudad, rodeadas de serpientes y del pájaro macuá, que siempre les avisaba si alguien iba a importunar.
A media noche se iban, no en una nave espacial, sino en una vieja escoba sacada del matorral cuando rayos y centellas comenzaban a alumbrar.
Aunque mi madre me dijo Que ahora no existen ya, yo no he querido creerle pues he visto una especial que se asoma a mi ventana cuando me voy a acostar.
Es la bruja más moderna de toda la capital, No invoca a los espíritus
Los llama por celular usa crema de espinacas y no patas de alacrán.
Volando en aspiradora, recorre la gran ciudad, espantando a los muchachos que se quieren acercar a su hija Carolina, la más bella del rosal.
Cuando pienso en Carolina, aparece su mamá, al frente de mi ventana, porque me quiere asustar, pero corro las cortinas y se tiene que marchar.
Ella no sabe que tengo la fórmula general para alejar sus conjuros, para apartar todo mal: dos besos de Carolina que yo no quiero borrar
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