Hace mucho tiempo, Dios decidió convertirse en herrero. No creo que originalmente planeó dedicarse a ese oficio. Aunque siempre ha sido un excelente artesano del metal, estoy muy seguro que El no estudió deliberadamente el arte de calentar y moldear a golpes porque disfrutaba la tarea. Dios se convirtió en herrero porque sabia que Sus creaciones requerían ser forjados fuertemente camino al altar.
Personalmente, no me gustan los métodos que Dios usa para moldearme. Duelen. Se que es por mi bien. Después de todo, ¿cuan útil es una herradura cuadrada? Sé que Dios no se equivoca en la manera que calienta y golpea sus creaciones. Simplemente no me gusta que me golpee hasta que adquiera la forma apropiada.
No creo que ninguno de nosotros lo disfrute. Aun el gran misionero Pablo se quejó de algunas de las cosas que pensaba que Dios debía quitar de su vida. En fin, Dios es el único que tiene la visión final de lo que esta haciendo. Nosotros permanecemos demasiado cerca del fuego para tomar decisiones correctas.
La historia bíblica nos enseña que Dios no solo usa el método del yunque en los individuos. Aplica la misma técnica en naciones completas. Eso requiere de una perspectiva muy amplia. Ciertamente yo no estoy en una posición apropiada para dirigir hábilmente el camino perfecto de una nación. Pero Dios si lo está. El sabe cuanto tiempo, cuanto calor, cuanto frío, cuanto martillo, cuanta forma.
Frecuentemente pensamos que el propósito de Dios en las alteraciones sobre el yunque es el de llevarnos a ofrecer lo mejor de nosotros ante Su altar. Recordamos la historia de Caín y Abel con la perspectiva adicional de Hebrews 11,12. Así que asumimos que Abel ofreció lo mejor ante el altar y eso lo hizo aceptable. Pero esta interpretación común ignora los hechos.
Dios no necesita ser aplacado por lo mejor de mí. El no es un Dios vengativo, esperando en una nube de humo y fuego para destruir a aquellos que no cumplen los requisitos. Los hombres aplacan a los ídolos, no a Dios. Ningún hombre gana el favor de Dios ofreciendo una ofrenda mejor. A Dios no le interesa que lo aplaquen. Le interesa la expiación.
Si creemos que las ofrendas que damos a Dios tienen un valor intrínsico, lo mas probable es que el mito estemos atrapados por el mito del aplacamiento. Este mito conlleva unas implicaciones muy dañinas:
1. Dios está molesto contigo porque has dañado o insultado Su carácter.
2. Dios buscará vengarse de tus pecados.
3. Debes hacer algo para calmar Su ira.
4. Si aplacas Su ira exitosamente, serás librado (y, claro está, si no lo aplacas, no lo serás.)
5. La vida es un juego de determinar lo que Dios quiere para dejarte en paz.
Los dioses que operan de esta manera son esencialmente hostiles hacia los hombres. Tienen tremendos egos que requieren sumisión y exigen castigo por las infracciones. Si sirves un dios así, ¡buena suerte! Necesitarás toda la suerte que puedas, porque estos dioses son quisquillosos y probablemente no te dirán exactamente lo que debes hacer para ganarte su favor.
Tal vez debas arar los campos al desnudo después de la medianoche (Budismo Nepal). Tal vez debes sacrificar a tu primogénito (adoración a Baal). Tal vez debes iniciar una secta (Manson y Jones). Tal vez debes dejar de comer carne. Tal vez debes creer más u orar más. Tal vez debes dar más dinero o iniciar un ayuno de inanición.
Aunque es fácil reconocer las practicas absurdas de la adoración de aplacamiento, debemos tener mucho cuidado de no perder de vista las cosas que hacemos para ganar el favor de Dios. No importa la acción. Es la motivación lo que importa.
¿Vas a la iglesia porque deseas cantar Sus alabanzas o lo haces porque Dios lo exige?
¿Lees la Palabra porque no puedes conocerle lo suficiente o sigues el requisito disciplinado de un “buen” cristiano?
¿Das generosamente porque El te ha dado todo a ti o calculas el diez por ciento y consideras cumplida la “obligación”?
La expiación es algo que hace Dios. Aplacamiento es algo que hacemos nosotros. Una vez que nos convencemos que no hay nada que podemos hacer para ganar el amor de Dios, dejamos de vivir en idolatría. Si no sirves por gratitud, mejor sería que no sirvieras.
Dios quiere forjarnos en los diseños que El tiene en mente. Así que, debe tomar todas las pretensiones de aplacamiento y quemarlos en el fuego del herrero. Es un proceso doloroso.
Yo descubro que la verdadera motivación para mi estudio bíblico es demostrarle a Dios lo dedicado que soy para que El me ayude a alcanzar mis metas. ¡Ay! La segunda agenda revela una teología de aplacamiento.
Oro mucho por las esperanzas que tengo que Dios comience a trabajar en la comunidad empresarial de mi ciudad, pero se que si El hace las cosas como yo quiero que las haga, tendré el ingreso que necesito. ¿Cuál agenda es en realidad sobre Sus propósitos?
Lucho con mi obediencia, creyendo que si fracaso en cumplir Sus mandamientos todas mis aspiraciones futuras dentro de Sus designios se harán pedazos. ¿Cuál es mi enfoque? ¿Vivir una vida de gratitud o vivir una vida esperando recompensa?
Me quejo ante Dios que aunque se que El me apoya, no siento el éxito de mis esfuerzos. Como son “espiritualmente correctos”, pienso que mi trabajo amerita favor celestial. ¿Mi preocupación primordial es por los planes de…quién?
La teología del aplacamiento es muy sutil. Es capaz de cubrir una pequeña cantidad de ego con capas de valor espiritual. Pero Dios nunca lo aceptará. Así que, voy de regreso al yunque, calentado y martillado hasta que comprenda la profundidad de las palabras más poderosas del mundo, “Sin embargo, sea hecha tu voluntad.”