“Sabiendo esto Jesús, se apartó de allí, y le siguió mucha gente, y sanaba a todos”. Mateo 12:15
Una masa horrenda de enfermedad se arremolinaba alrededor de Jesús. Él no se disgustaba ante tal aglomeración de enfermedades, más pacientemente atendía cada caso. Una gran variedad de maldades él también encontró a su paso. Llagas cancerosas, cegueras inconcebibles, parálisis injustas y sorderas desgarrantes, salían a su paso. Lepras inmundas y sistemas nerviosos desajustados, corrían detrás de él y él camino en medio de esa masa espeluznante y caminaba con vencedor.
Cada enfermedad caía de rodillas frente al bendito Maestro. Ante él huía desesperado el calor de la fiebre o el frío de la hidropesía, el letargo de la parálisis o la saña de la locura. Temblaba ante su presencia la inmundicia de la lepra o la locura del oftalmía porque todas estas enfermedades conocían el poder de su palabra y ante su mandato todas ellas huían.
En cada rincón del campo Él era triunfante sobre la maldad, y recibió el homenaje de prisioneros entregados. Él vino, Él vio, Él conquistó en todos lados. Es aún así hoy. Cualquiera que sea mi caso el médico amado me puede sanar y cualquiera sea el estado de otros yo se que el puede sanarlos y hoy podré orar por ellos. Hoy quiero tener la esperanza de que Jesús puede y quiere sanar mis enfermedades físicas, emocionales o espirituales.
Hoy estoy plenamente seguro que quién por la tierra caminó sanando a todos los enfermos por su gracia y poder, hoy también camina por los hospitales y clínicas, por las casas y por las habitaciones olorosas a antibióticos y medicinas, para sanar si así lo creemos.
Hoy puedo alabar al Señor sanador, porque recuerdo las veces que él sanó mis heridas. ÈL tomó sobre si mismo nuestras enfermedades. Por sus llagas fuimos nosotros curados. La Iglesia de Cristo sobre la tierra está llena de almas sanadas por el amado médico y los habitantes del cielo también testifican que en algún momento él los sanó a todos. Ven, alma mía, publica a lo lejos la virtud de su gracia y proclama que el Señor es el médico divino quien quiere y puede sanar. Hoy puedo ver su poder sanador en mi.
Señor, Gracias por ser mi sanador. Son muchas las veces que he visto el poder sanador de tu mano sobre mi mente, alma y cuerpo. Tu amor me sana. Hoy quiero traer ante ti mis dolores y quebrantos y confiar en que tu eres el dador de la vida y de la salud. Quiero creer completamente en ti. Se que por tus llagas yo fui sanado. El médico divino eres tú y ante tu presencia me humillo para decirte, gracias, muchas gracias Señor por darme la salud. Con amor extiendes tu mano y yo por la fe extiendo la mía para recibir de ti, la salud. Amén