Noche de Diciembre
Noche como ésta, y contemplada a solas
no la puede sufrir mi corazón:
da un dolor de hermosura irresistible,
un miedo profundísimo de Dios.
Ven a partir conmigo lo que siento,
esto que abrumador desborda en mí:
ven a hacerme finito lo infinito
y a encarnar el angélico festín.
¡Mira ese cielo!... Es demasiado cielo
para el ojo de insecto de un mortal;
refléjame en tus ojos un fragmento
que yo alcance a medir y a sondear.
Un cielo que responda a mi delirio
sin hacerme sentir mi pequeñez;
un cielo mío, que me esté mirando,
y que tan sólo a mí mirando esté.
Esas estrellas..., ¡ay, brillan tan lejos!
Con tus pupilas tráemelas aquí
donde yo pueda en mi avidez tocarlas
y aspirar su seráfico elixir.
Hay un silencio en esta inmensa noche
que no es silencio; es místico disfraz
de un concierto inmortal. Por escucharlo
mudo como la muerte el orbe está.
Déjame oírlo, enamorada mía,
a través de tu ardiente corazón;
sólo el amor transporta a nuestro mundo
las notas de la música de Dios.
El es la clave de la ciencia eterna,
la invisible cadena creatriz
que une al hombre con Dios y con sus obras,
y Adán a Cristo, y el principio al fin.
De aquel hervor de luz está manando
el rocío del alma. Ebrio de amor
y de delicia tiembla el firmamento;
inunda el Creador la Creación.
¡Sí; el Creador!, cuya grandeza misma
es la que nos impide verlo aquí;
pero que, como atmósfera de gracia,
se hace, entre tanto, por doquier sentir...
Déjame unir mis labios a tus labios,
une a tu corazón mi corazón;
doblemos nuestro ser para que alcance
a recoger la bendición de Dios.
Todo, la gota como el orbe, cabe
en su grandeza y su bondad. Tal vez
pensó en nosotros cuando abrió esta noche,
como a las turbas su palacio un rey.
¡Danza gloriosa de almas y de estrellas!
¡Banquete de inmortales! Y pues ya
por su largueza en él nos encontramos,
de amor y vida en el cenit fugaz.
ven a partir conmigo lo que siento,
esto que abrumador desborda en mí;
ven a hacerme finito lo infinito
y a encarnar el angélico festín.
¿Qué perdió Adán perdiendo el paraíso,
si ese azul firmamento le quedó
y una mujer, compendio de Natura,
donde saborear la obra de Dios?.
¡Tú y Dios me disputáis en este instante!
Fúndanse nuestras almas, y en audaz
rapto de adoración, volemos juntos
de nuestro amor al santo manantial.
Te abrazaré, como a la tierra el cielo,
en consorcio sagrado; oirás de mí
lo que oídos mortales nunca oyeron,
lo que habla el serafín al serafín.
Y entonces esta angustia de hermosura,
este miedo de Dios que al hombre da
el sentirse tan cerca, tendrá un nombre,
y eterno entre los dos: ¡felicidad!
Rafael Pombo
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