Me ofrezco a la paz de tu cuerpo,
a la luz de tus ojos. Miraré siempre
tus ojos, viviré contigo en este
recinto blanco donde te amo.
Miraré siempre tus ojos.
Una ciudad devastada te cerca:
ésta. En ella busca la última mujer,
un poema, el último sueño.
Dime: ¿Qué otro tiempo aguardas,
tú, que te dejas alcanzar, como una edad?
Olvidas mi voz,
escrutas mis dominios, desciendes
hasta el mismo corazón.
Éste es mi cuerpo.
La diosa aguarda, benévola.
Tocarla, dibujar su belleza,
trazar sus límites en el agua
No para morir en tu arrebatado amar
leo cartas del pasado. Ahora
te reconocerás en mi boca,
también putrefacta.
Estamos solos aquí y comienzo
a existir en tu cuerpo. Quisiera
no haberlo visto. Mira,
éste es el mío.
No es tu rostro máscara del invierno,
cobre tu pelo, la sed de mis labios
esta raíz del deseo.
Ni reconocer un cuerpo extraño:
es una destruida, nada la cubre
ni la oculta, tan desnuda está
donde la alcanza la noche
que tiembla entre sus pechos.
He de morir al abrazarte.
A este costado del mar
arriban tortugas extenuadas.
Dime si es ésta
la costa que imaginabas.
Veo una mujer dormida.
En su cuerpo que apenas
esconde la luz siento
las densas mareas. Deseo
morir sobre ella cuando,
dormidos, nada existe.
Veo la calma en esta mujer,
en ese mar adormecido
y quieto veo
un lugar para morir.
Todo esta noche desciende.
La luz negra sobre su cuerpo,
la lluvia persistente,
el intenso silencio del cielo.
Un perro, lento, viejo y solo,
cruza la calle. Aquí,
dentro de ti, estamos juntos.
Autor : Álvaro Díaz Huici