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General: El pan de la misericordia
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De: Hermy (Mensaje original) |
Enviado: 06/06/2012 09:03 |
El pan de la misericordia
Pasado el mediodía, el olor a pan caliente invadía aquella calle; un sol escaldante invitaba a un refresco. Ricardito no aguantó el rico olor del pan y dijo: --Papá, tengo hambre! El padre, Agenor, sin un centavo en el bolsillo, caminando desde muy temprano en busca de trabajo, miró afligido a su hijo y le pidió un poco más de paciencia. --¡Pero, papá, desde ayer no comemos nada. Tengo mucha hambre, papá! --le respondió el niño.
Avergonzado, triste y humillado en su corazón de padre, Agenor le dijo a su hijo que esperara en la vereda y se dirigió a la panadería situada enfrente. Al entrar, se dirigió a un hombre que estaba en el mostrador: --Señor, ando con mi hijo de tan sólo seis años, él está afuera con mucha hambre, no tengo ninguna moneda pues salí temprano a buscar trabajo y nada encontré; le pido en nombre de Jesús que me dé un pan para saciar el hambre del niño. Como pago, yo puedo barrer el piso de su establecimiento, lavar platos y vasos u otro servicio que usted necesite.
Amaro, el dueño de la panadería, se extrañó de que aquel hombre de semblante calmo y sufrido, le pidiese comida a cambio de trabajo, y le dijo que llamara a su hijo. Agenor trajo de la mano al niño y se lo presentó a Amaro, quien de inmediato les invitó a sentarse junto al mostrador y ordenó servirles sendos platos del famoso PH (Plato Hecho): arroz, porotos, bistec y huevo.
Para Ricardito era un sueño comer después de tantas horas en la calle. Para Agenor era un dolor más, ya que esa comida maravillosa le hacía recordar que su esposa y dos hijos quedaron en la casa con tan solo un puñado de arroz. Gruesas lágrimas brotaron de sus ojos al primer bocado. La satisfacción de ver a su hijo devorando aquel plato simple, como si fuera un manjar de dioses, y el recuerdo del resto de su familia en casa, fue demasiado para su corazón cansado: llevaba más de dos años de desempleo, humillaciones y necesidades.
Amaro se aproximó a Agenor y percibiendo su emoción, trató de:calmarlo diciendo: --¡María, tu comida debe de estar muy mala!. ¡Mira al amigo, está llorando de tristeza por ese bifé!, ¿estará como suela de zapato?! Enseguida, Agenor sonrió y dijo que nunca había comido algo tan apetitoso y que le daba gracias a Dios por ese placer.
Después del almuerzo, Amaro invitó a Agenor a conversar en los fondos de la panadería, donde había un pequeño escritorio. Agenor le contó que hacía más de dos años había quedado sin empleo y por no tener una especialidad profesional, pues no había estudiado, estaba viviendo de "pequeñas chambas aquí y allá", pero que desde hacía semanas no conseguía nada. Amaro resolvió entonces contratarlo para servicios generales en la panadería y, apenado, le preparó una canasta con alimentos para por lo menos quince días. Con lágrimas en los ojos, Agenor agradeció la confianza de aquel hombre y fijó para el día siguiente su inicio en el trabajo.
Al llegar a casa con alimentos y empleo, Agenor era un hombre nuevo. Tenía esperanzas sentía que su vida iba a tomar un nuevo impulso. Dios no sólo le estaba abriendo una puerta, era toda una promesa de tiempos mejores. Al día siguiente, a las 5 de la mañana, ya Agenor estaba en la puerta de la panadería, ansioso para iniciar su nuevo trabajo.
Luego llegó Amaro y sonrió a ese hombre sin ni siquiera saber por qué lo estaba ayudando. Ambos tenían 32 años e historias diferentes; pero algo dentro de él le inducía a prestarle su ayuda. Y no se equivocó: durante un año, Agenor fue el más dedicado trabajador de aquel establecimiento, siempre honesto y extremadamente cumplidor de sus deberes.
Cierto día, Amaro llamó a Agenor y le habló de una escuela, situada a una cuadra de la panadería, la cual había abierto cursos para la alfabetización de adultos, y le manifestó su interés de que Agenor estudiara. El agradecido hombre nunca olvidaría su primer día de clases, la mano trémula en las primeras letras y la emoción de la primera carta.
Doce años pasaron desde el inicio de sus estudios para luego encontrar al doctor Agenor Baptista, abogado, abriendo su despacho a un primer cliente y luego a otro y después a otro. Más tarde, al mediodía, bajó y compartió un café en la panadería con su amigo Amaro, quien quedó impresionado de ver al antiguo empleado tan elegante en su primer traje.
Transcurrieron diez años más y -con una clientela en la que se mezclaban los más necesitados, que no podían pagar, con los más adinerados, que pagaban muy bien- el doctor Agenor Baptista decidió crear una institución para ofrecer diariamente a los desvalidos de la suerte que andan por las calles desempleados y con carencias de todo tipo, un plato de comida a la hora del almuerzo. Más de doscientas comidas servidas a diario en el comedor administrado por su hijo, el nutricionista Ricardo Baptista.
Todo cambió, todo pasó, pero la amistad de Amaro y Agenor impresionaba a todos los que conocían un poco la historia de cada uno. Se cuenta que a los 82 años, fallecieron ambos el mismo día y casi a la misma hora, y que en sus rostros se dibujaba la sonrisa del deber cumplido. Ricardito, el hijo de Agenor, mandó a grabar en la fachada de la "Casa del Camino'", nombre de la institución que su padre fundó con tanto cariño, una placa con el siguiente texto:
“Un día yo tuve hambre y me alimentaste. Un día yo estaba sin esperanzas y me diste un camino. Un día me desperté solo y me diste a Dios. Y eso no tiene precio... ¡Que Dios habite en tu corazón y alimente tu alma! ¡¡¡Y que te sobre el pan de la misericordia para extenderlo a quien lo necesite!!!"
(Dicen que ésta es una historia verídica; de no ser así, ¿a quién le importa?... Sólo basta que abras tu corazón, para convertirla en una historia real).
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Ricardito, el hijo de Agenor, mandó a grabar en la fachada de la "Casa del Camino'", nombre de la institución que su padre fundó con tanto cariño, una placa con el siguiente texto:
“Un día yo tuve hambre y me alimentaste.
Un día yo estaba sin esperanzas y me diste un camino.
Un día me desperté solo y me diste a Dios.
Y eso no tiene precio...
¡Que Dios habite en tu corazón y alimente tu alma!
¡¡¡Y que te sobre el pan de la misericordia para extenderlo a quien lo necesite!!!"
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