DANDO AMOR
Vamos por la vida, a lo largo del sendero encontrando miles de cosas, plantas, insectos, animales más complejos.
Hombres y mujeres,Cada uno nos ofrece algo distinto. Algunos seres, son como las baldosas del suelo, apenas sí entran un instante en nuestro ángulo visual para desaparecer, tristemnte,bajo nuestras pisadas... Otros seres, como un molesto mosquito en una noche de bochorno, nos impacienta, nos despiertan y nos hace estallar en palabras de queja o de rabia desesperada.
Otros seres, simplemente, callan sumisos, y pasamos junto a ellos casi sin percibir su existencia… Sin embargo, ninguno de nosotros puede pasar ante un enfermo o un pobre cuerpo deambulante...arrojado en un frio lecho de hospital o en una sucia esquina de la calle sin sentir ese sentimiento que se mueve en nuestro interior. Cada persona que sufre nos interpela y nos llama a algo. No podemos ser indiferentes a su dolor. Sus heridas y sus muecas de angustia, en cierto sentido, hacen mella en nuestro corazón y nos gritan de modo constante. Los ojos de los enfermos, especialmente de los más graves, tienen una
luz especial. Hay algo de crepúsculo, de viola y de gris, de océano agitado por el viento, de borrasca marinera, de paz, de llano fresco,lo descubri en mi padre...lo corrobore en los ojos de mi madre... tras esas pupilas que se fijan en un punto desconocido de la habitación, de la calle...del ser mas cercano que a su lado este en su compañia.. El enfermo llama como nadie a nuestras vidas. Parece que necesita algo, si es que no tenemos que decir que necesita a alguien… No se contenta ni con una caricia, ni con una palabra, ni con un beso. Nos necesita enteros, sin fracciones. Estar con él, ser suyos, dejarnos poseer por quien, en el fondo, nos pide sólo amor y cercanía. Se habla mucho del dolor humano. Se gradúan cada año nuevos médicos. Se construyen grandes hospitales. Pero la soledad de un enfermo sólo puede apagarse con la esperanza de que la puerta se abra para dejar pasar un rostro sonriente de un amigo sincero, de un familiar fiel y constante, de un médico que hable con claridad y afecto, de un sacerdote,un pastor o un ministro que traiga un poco de fe, de esperanza,y la tan ansiada reconciliación espiritual consigo mismo. Se habla mucho del deseo de la muerte y de la desesperación de muchos enfermos terminales. No se habla para nada de la desesperación y la amargura de quien ve sufrir y morir al ser amado. La muerte no es nunca un asunto estrictamente personal... Cuando un ser querido muere morimos un poco todos. Su partida es nuestra partida. Pero mientras comparta nuestro mismo aire y pueda mirarnos con sus ojos quietos no podremos dejarlo solo. Sufrimos con él, y su sufrimiento entra en nuestro corazón y se hace una herida que nos lacera. Herida que es suya por su agonia y que es nuestra por verle sufrir...sin poder solventar su dolor. Quien se da a un enfermo gana indulgencias del cielo, porque el enfermo ha sido abrazado con afecto,con amor. El amor puede curar más que muchos antibióticos...o medicamentos de calquier indole, dados, a veces, con la frialdad de la técnica. Puede curarle a él y curarnos a nosotros mismos,entregandonos...dando amor, es hasta entonces, y sólo entonces,que podremos construir un mundo más humano equilibrado y justo.
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