¿Te acuerdas, Diosito lindo Fue en primavera.
Yo era un huevito entre un millón.
Soplaste y, en alas de tu aliento, lleno de vida,
volé y volé como un juguete por los aires.
Era feliz.
Los almendros estaban el flor; también los naranjos.
Pasé junto a ellos; sólo sentí el aroma del azahar.
Y me llevaste, Diosito, hasta dejarme prendido
en la flor blanca y rosada de un manzano.
¡Qué linda flor! Sus pétalos abiertos al sol
me acogieron. Y me sentí envuelto con ternura.
Después, Diosito, cayeron sus pétalos ya envejecidos.
Y yo quedé escondido en el fruto; quedé dentro.
Crecí con la manzana y me hice gusanito blanco.
Ella era mi casa, era mi vida.
Me la regalaste Tú.
Roja y amarilla la manzana llegó un día a las manos de un niño.
Él la acarició y, luego, le dio un fuerte mordisco.
Entonces aparecí yo, Diosito lindo. ¡Un gusanito!
Abrí mis ojos, miré al niño y le susurré:
No tengas miedo, niño. Soy frágil y chiquito.
Déjame vivir aunque me separes de mi madre manzana.
Mira, niño, no te preguntes cómo estoy dentro.
Has visto que la piel de la manzana no tiene agujerito.
¡Ella está sana y yo también estoy limpio y puro! Mira,
mi niño, mi vida creció al ritmo de la manzana.
Cuando ella aún era flor, el Diosito me puso entre sus pétalos.
Y me dejé arrullar por la manzana, día y noche.
Mira tú llevas dentro de ti, como flor de primavera,
semillas de bien. Cuídalas, y un día ¡serás Un hombre de bien!
Emilio L. Mazariegos