Meditaba en su cuarto de estudio un predicador, buscando una ilustración sobre el amor...
De pronto entró en el cuarto su hijita pequeña, diciendo: Papá, siéntame un poco sobre tus rodillas.
No, hijita, no puedo ahora; estoy muy ocupado contestó el padre.
Quisiera sentarme un momento en tus rodillas, súbeme, papá dijo ella..
El padre no pudo negarse a una súplica tan tierna, y tomó a la niña y la subió a sus rodillas, y dijo:
Hijita mía, ¿quieres mucho a papá?
Sí que te quiero contesta la niña: te quiero mucho, papá.
¿Cuánto me quieres, pues? preguntó el padre.
La niña colocó sus manecitas en las mejillas de su padre y apretándolas suavemente, contestó con afecto: te quiero con todo mi corazón y con mis dos manos.
Esta respuesta encerraba en pocas palabras lo que debe entenderse por una dedicación completa y dio al predicador el ejemplo que buscaba.
A veces no tenemos palabras para expresar cuánto es el amor que sentimos por alguien, pero aún con todo eso, podemos echar mano de la imaginación del niño para expresar lo que sentimos.
Dios quiere que le amemos a Él con todo el corazón y con las dos manos, pero que amemos a quienes nos rodean, con todo el corazón y con las dos manos.
A/D