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LA OBSESIÓN
Me toca en el relente; se sangra en los ocasos; me busca con el rayo de luna por los antros.
Como a Tomás el Cristo me hunde la mano pálida, para que no olvide, dentro de su herida mojada.
Le he dicho que deseo morir, y él no lo quiere, por palparme en los vientos, por cubrirme en las nieves,
por moverse en mis sueños, como a flor de semblante, por llamarme en el verde pañuelo de los árboles.
¿Si he cambiado de cielo? Fui al mar y a la montaña, y caminó a mi vera y hospedó en mis posadas.
¡Que tú, amortajadora descuidada, no cerraste sus ojos ni ajustaste sus brazos en la caja!
Gabriela Mistral
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