Pero el dolor es una realidad.
Nadie anhela padecer el dolor, pero hemos de aprovechar cuando
llega para aprender.
Domestica tu dolor, es decir, somételo a tu control.
Deja abierta en tu alma la entrada a la esperanza de que toda experiencia
dolorosa, como llegó, va a pasar.
Además de esto, siente la angustia; pero no la alimentes enfermizamente.
El dolor es fuego que quema y por lo mismo, podemos convertirlo en crisol
que nos purifica.
Acepta el dolor inevitable para que temples tu carácter y adquieras la virtud de
una inquebrantable fortaleza.
Recuerda que fue Jesús quien dió dignidad al dolor.
A/D