El sol brilla para todo el mundo.
Pero no brilla en las prisiones,
no brilla para los que trabajan en las minas,
los que descaman el pescado.
Los que comen carne podrida.
Los que fabrican horquillas para el pelo.
Los que soplan las botellas que otros beberán.
Los que pasan las vacaciones en las fábricas.
Los que ordeñan las vacas y no beben la leche.
Los que no son anestesiados en el consultorio del dentista.
Los que fabrican en los sótanos las lapiceras con las que
otros escribirán al aire libre que todo marcha a las
mil maravillas.
Los que tienen demasiado que decir para poder decirlo.
Los que tienen trabajo.
Los que no lo tienen.
Los que lo buscan.
Los que no lo buscan.
Los que dan de beber a los caballos.
Los que tienen casi semanalmente su pan de cada día.
Los que en invierno se cobijan en las iglesias.
Los que el sacristán manda a cobijarse a la calle.
Los que se estancan.
Los que querrían comer para vivir.
Los que son comprometidos,
los que son despedidos,
los que son ascendidos,
los que son disminuidos,
los que son manoseados,
los que son investigados,
los que son apaleados.
Los que son prontuariados.
Los que se eligen al azar y son fusilados.
Los que no saben comportarse en ningún lugar del mundo.
Los que jamás vieron el mar.
Los que huelen a lino porque trabajan el lino.
Los que no tienen agua corriente.
Los que envejecen más rápidamente que los otros.
Los que se mueren de aburrimiento los domingos por la tarde.
Porque ven llegar el lunes,
Y el martes
y el miércoles
y el jueves
y el viernes,
Y el sábado.
Y la tarde del domingo.
Jacques Prevert