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General: EVANGELIO DE HOY, LUNES 4 de MARZO de 2013
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: campitos0  (Mensaje original) Enviado: 05/03/2013 08:31

Lunes de la tercera semana de Cuaresma

Segundo Libro de los Reyes 5,1-15a.
Naamán, general del ejército del rey de Arám, era un hombre prestigioso y altamente estimado por su señor, porque gracias a él, el Señor había dado la victoria a Arám. Pero este hombre, guerrero valeroso, padecía de una enfermedad en la piel. 
En una de sus incursiones, los arameos se habían llevado cautiva del país de Israel a una niña, que fue puesta al servicio de la mujer de Naamán. 
Ella dijo entonces a su patrona: "¡Ojalá mi señor se presentara ante el profeta que está en Samaría! Seguramente, él lo libraría de su enfermedad". 
Naamán fue y le contó a su señor: "La niña del país de Israel ha dicho esto y esto". 
El rey de Arám respondió: "Está bien, ve, y yo enviaré una carta al rey de Israel". Naamán partió llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez trajes de gala, 
y presentó al rey de Israel la carta que decía: "Al mismo tiempo que te llega esta carta, te envío a Naamán, mi servidor, para que lo libres de su enfermedad". 
Apenas el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras y dijo: "¿Acaso yo soy Dios, capaz de hacer morir y vivir, para que este me mande librar a un hombre de su enfermedad? Fíjense bien y verán que él está buscando un pretexto contra mí". 
Cuando Eliseo, el hombre de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestiduras, mandó a decir al rey: "¿Por qué has rasgado tus vestiduras? Que él venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel". 
Naamán llegó entonces con sus caballos y su carruaje, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. 
Eliseo mandó un mensajero para que le dijera: "Ve a bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio". 
Pero Naamán, muy irritado, se fue diciendo: "Yo me había imaginado que saldría él personalmente, se pondría de pie e invocaría el nombre del Señor, su Dios; luego pasaría su mano sobre la parte afectada y curaría al enfermo de la piel. 
¿Acaso los ríos de Damasco, el Abaná y el Parpar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio?". Y dando media vuelta, se fue muy enojado. 
Pero sus servidores se acercaron para decirle: "Padre, si el profeta te hubiera mandado una cosa extraordinaria ¿no la habrías dicho? ¡Cuánto más si él te dice simplemente: Báñate y quedarás limpio!". 
Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. 
Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor". 

Salmo 42(41),2.3.43(42),3.4.
Como la cierva sedienta 
busca las corrientes de agua, 
así mi alma suspira 
por ti, mi Dios. 

Mi alma tiene sed de Dios, 
del Dios viviente: 
¿Cuándo iré a contemplar 
el rostro de Dios? 

Envíame tu luz y tu verdad: 
que ellas me encaminen 
y me guíen a tu santa Montaña, 
hasta el lugar donde habitas. 

Y llegaré al altar de Dios, 
el Dios que es la alegría de mi vida; 
y te daré gracias con la cítara, 
Señor, Dios mío. 



Evangelio según San Lucas 4,24-30.
Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. 
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. 
Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. 
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". 
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron 
y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. 
Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: campitos0 Enviado: 05/03/2013 08:32

Comentario: Rev. D. Santi COLLELL i Aguirre (La Garriga, Barcelona, España)

En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria

Hoy escuchamos del Señor que «ningún profeta es bien recibido en su patria» (Lc 4,24). Esta frase —puesta en boca de Jesús— nos ha sido para muchas y muchos —en más de una ocasión— justificación y excusa para no complicarnos la vida. Jesucristo, de hecho, sólo nos quiere advertir a sus discípulos que las cosas no nos serán fáciles y que, frecuentemente, entre aquellos que se supone que nos conocen mejor, todavía lo tendremos más complicado.

La afirmación de Jesús es el preámbulo de la lección que quiere dar a la gente reunida en la sinagoga y, así, abrir sus ojos a la evidencia de que, por el simple hecho de ser miembros del “Pueblo escogido” no tienen ninguna garantía de salvación, curación, purificación (eso lo corroborará con los datos de la historia de la salvación).

Pero, decía, que la afirmación de Jesús, para muchas y muchos nos es, con demasiada frecuencia, motivo de excusa para no “mojarnos evangélicamente” en nuestro ambiente cotidiano. Sí, es una de aquellas frases que todos hemos medio aprendido de memoria y, ¡qué efecto!

Parece como grabada en nuestra conciencia particular de manera que cuando en la oficina, en el trabajo, con la familia, en el círculo de amigos, en todo nuestro entorno social más debiéramos tomar decisiones solamente comprensibles a la luz del Evangelio, esta “frase mágica” nos echa atrás como diciéndonos: —No vale la pena que te esfuerces, ¡ningún profeta es bien recibido en su tierra! Tenemos la excusa perfecta, la mejor de las justificaciones para no tener que dar testimonio, para no apoyar a aquel compañero a quien le está haciendo una mala pasada la empresa, o para no mirar de favorecer la reconciliación de aquel matrimonio conocido.

San Pablo se dirigió, en primer lugar, a los suyos: fue a la sinagoga donde «hablaba con valentía, discutiendo acerca del Reino de Dios e intentando convencerles» (Hch 19,8). ¿No crees que esto era lo que Jesús quería decirnos?


 
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