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De: campitos0 (Mensaje original) |
Enviado: 26/05/2013 21:40 |
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Sábado de la séptima semana del tiempo ordinario
Libro de Eclesiástico 17,1-15. El Señor sacó al hombre de la tierra, y allá lo hace volver. Para cada uno determinó el tiempo de su venida y el número de sus días; les dio poder sobre las cosas de la tierra. Los revistió de fuerza semejante a la suya, haciéndolos a su imagen. Hizo que todo ser animado los temiera, y que fueran amos de las fieras salvajes y de las aves. […] Les dio para que percibieran la realidad una conciencia, una lengua y ojos, oídos y entendimiento. Los llenó de saber y de inteligencia, y les enseñó el bien y el mal. Puso en ellos su ojo interior, haciéndolos así descubrir las grandes cosas que había hecho, […] para que alabaran su Nombre Santísimo y proclamaran la grandeza de sus obras. Les reveló además un saber, y los dotó de una Ley de vida. Concluyó con ellos una alianza eterna y les enseñó sus decretos. Sus ojos contemplaron su gloria majestuosa, sus oídos oyeron su voz poderosa. Les dio mandamientos con respecto a su prójimo, diciéndoles: «Eviten cualquier injusticia». El comportamiento del hombre está siempre ante sus ojos, no pueden escapar a su mirada.
Salmo 103(102),13-14.15-16.17-18a. Como la ternura de un padre con sus hijos es la ternura del Señor con los que le temen. El sabe de qué fuimos formados, se recuerda que sólo somos polvo. El hombre: sus días son como la hierba, él florece como la flor del campo; un soplo pasa sobre él y ya no existe y nunca más se sabrá dónde estuvo. Pero el amor del Señor con los que le temen es desde siempre y para siempre; defenderá a los hijos de sus hijos, de aquellos que guardan su alianza y se acuerdan de cumplir sus ordenanzas.
Evangelio según San Marcos 10,13-16. Algunas personas le presentaban los niños para que los tocara, pero los discípulos les reprendían. Jesús, al ver esto, se indignó y les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. En verdad les digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.» Jesús tomaba a los niños en brazos e, imponiéndoles las manos, los bendecía.
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Comentario: Rev. D. Josep Lluís SOCÍAS i Bruguera (Badalona, Barcelona, España)
Dejad que los niños vengan a mí
Hoy, los niños son noticia. Más que nunca, los niños tienen mucho que decir, a pesar de que la palabra “niño” significa “el que no habla”. Lo vemos en los medios tecnológicos: ellos son capaces de ponerlos en marcha, de usarlos e, incluso, de enseñar a los adultos su correcta utilización. Ya decía un articulista que, «a pesar de que los niños no hablan, no es signo de que no piensen».
En el fragmento del Evangelio de Marcos encontramos varias consideraciones. «Algunos presentaban a Jesús unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían» (Mc 10,13). Pero el Señor, a quien en el Evangelio leído en los últimos días le hemos visto hacerse todo para todos, con mayor motivo se hace con los niños. Así, «al ver esto, se enfadó y les dijo: ‘No se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios’» (Mc 10,14).
La caridad es ordenada: comienza por el más necesitado. ¿Quién hay, pues, más necesitado, más “pobre”, que un niño? Todo el mundo tiene derecho a acercarse a Jesús; el niño es uno de los primeros que ha de gozar de este derecho: «Dejad que los niños vengan a mí» (Mc 10,14).
Pero notemos que, al acoger a los más necesitados, los primeros beneficiados somos nosotros mismos. Por esto, el Maestro advierte: «Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» (Mc 10,15). Y, correspondiendo al talante sencillo y abierto de los niños, Él los «abrazaba (...), y los bendecía poniendo las manos sobre ellos» (Mc 10,16).
Hay que aprender el arte de acoger el Reino de Dios. Quien es como un niño —como los antiguos “pobres de Yahvé”— percibe fácilmente que todo es don, todo es una gracia. Y, para “recibir” el favor de Dios, escuchar y contemplar con “silencio receptivo”. Según san Ignacio de Antioquía, «vale más callar y ser, que hablar y no ser (...). Aquel que posee la palabra de Jesús puede también, de verdad, escuchar el silencio de Jesús».
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