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De: campitos0 (Mensaje original) |
Enviado: 29/05/2013 20:31 |
Miércoles de la octava semana del tiempo ordinario
Libro de Eclesiástico 36,1.4.5.10-17. Ten piedad de nosotros, Señor, Dios de todas las cosas y míranos, y derrama tu temor en todas las naciones. ¡Haz que te reconozcan como nosotros te reconocimos: porque no hay otro Dios sino tú, Señor! Danos nuevos signos, renueva tus maravillas, manifiesta tu gloria actuando y castigando. Reúne a todas las tribus de Jacob y entrégales como al comienzo su heredad. ¡Ten piedad, Señor, de este pueblo que lleva tu nombre! ¡Piedad para Israel al que consideraste como tu primogénito! Ten compasión de la ciudad santa, Jerusalén, del lugar de tu descanso. Repleta a Sión con el relato de tus maravillas, y a tu pueblo con tu gloria. Confirma las promesas que hiciste al principio, y haz que reaparezcan las profecías en tu nombre. Dales su recompensa a los que en ti esperaron, y demuestra que tus profetas decían la verdad. Escucha, Señor, la oración de tus servidores, escucha a tus sacerdotes cuando dan a tu pueblo la bendición de Aarón. ¡Y que todos en la tierra reconozcan que tú eres el Señor, el Dios eterno!
Salmo 79(78),8.9.11.13. No nos tengas rencor por faltas de nuestros padres, que tu misericordia corra a nuestro encuentro, pues ya no podemos más. Ayúdanos, oh Dios, salvador nuestro, en atención a la gloria de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados en honor a tu nombre. Que hasta ti llegue la queja del prisionero; con tu potente brazo salva a los condenados a muerte. Y nosotros, tu pueblo, el rebaño de tu redil, te daremos gracias para siempre; de edad en edad diremos tu alabanza.
Evangelio según San Marcos 10,32-45. Continuaron el camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos. Los discípulos estaban desconcertados, y los demás que lo seguían tenían miedo. Otra vez Jesús reunió a los Doce para decirles lo que le iba a pasar: «Estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley: lo condenarán a muerte y lo entregarán a los extranjeros, que se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero tres días después resucitará.» Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.» El les dijo: «¿Qué quieren de mí?» Respondieron: «Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando estés en tu gloria.» Jesús les dijo: «Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo estoy bebiendo o ser bautizados como yo soy bautizado?» Ellos contestaron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «Pues bien, la copa que voy a beber yo, la beberán también ustedes, y serán bautizados con el mismo bautismo que voy a recibir yo; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí el concederlo; eso ha sido preparado para otros.» Cuando los otros diez oyeron esto, se enojaron con Santiago y Juan. Jesús los llamó y les dijo: «Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones actúan como dictadores, y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre.»
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Comentario: Rev. D. René PARADA Menéndez (San Salvador, El salvador)
Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos
Hoy, el Señor nos enseña cuál debe ser nuestra actitud ante la Cruz. El amor ardiente a la voluntad de su Padre, para consumar la salvación del género humano —de cada hombre y mujer— le mueve a ir deprisa hacia Jerusalén, donde «será entregado (…), le condenarán a muerte (…), le azotarán y le matarán» (cf. Mc 10,33-34). Aunque a veces no entendamos o, incluso, tengamos miedo ante el dolor, el sufrimiento o las contradicciones de cada jornada, procuremos unirnos —por amor a la voluntad salvífica de Dios— con el ofrecimiento de la cruz de cada día.
La práctica asidua de la oración y los sacramentos, especialmente el de la Confesión personal de los pecados y el de la Eucaristía, acrecentarán en nosotros el amor a Dios y a los demás por Dios de tal modo que seremos capaces de decir «Sí, podemos» (Mc 10,39), a pesar de nuestras miserias, miedos y pecados. Sí, podremos abrazar la cruz de cada día (cf. Lc 9,23) por amor, con una sonrisa; esa cruz que se manifiesta en lo ordinario y cotidiano: la fatiga en el trabajo, las normales dificultades en la vida familiar y en las relaciones sociales, etc.
Sólo si abrazamos la cruz de cada día, negando nuestros gustos para servir a los demás, conseguiremos identificarnos con Cristo, que vino «a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). Juan Pablo II explicaba que «el servicio de Jesús llega a su plenitud con la muerte en Cruz, o sea, con el don total de sí mismo». Imitemos, pues, a Jesucristo, transformando constantemente nuestro amor a Él en actos de servicio a todas las personas: ricos o pobres, con mucha o poca cultura, jóvenes o ancianos, sin distinciones. Actos de servicio para acercarlos a Dios y liberarlos del pecado.
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