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General: EVANGELIO DE HOY JUEVES 20 DE JUNIO DE 2013
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De: campitos0 (Mensaje original) |
Enviado: 21/06/2013 23:48 |
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Jueves de la undécima semana del tiempo ordinario
Carta II de San Pablo a los Corintios 11,1-11. ¡Ojalá me aguantaran algunas tonterías! ¡Claro que las aguantan! Estoy celoso de ustedes, y son celos de Dios, pues los he ofrecido a Cristo como una joven virgen a la que yo he desposado con el único esposo. Y mi temor es que la serpiente que sedujo a Eva con astucia, podría también pervertirles la mente a ustedes, para que dejen de ser sinceros con Cristo. Ahora vienen a predicarles a otro Jesús, no como se lo predicamos, y les proponen un espíritu diferente del que recibieron, y un evangelio diferente del que abrazaron. ¡Y lo aceptan sin dificultad! Sin embargo, no creo ser inferior en nada a esos superapóstoles. ¿Que mi oratoria deja mucho que desear? Tal vez; pero no mi conocimiento, como se lo he probado ya de mil maneras y en cualquier asunto. ¿No habrá sido mi pecado el haberme rebajado para que ustedes crecieran? Yo les he entregado el Evangelio sin cobrarles nada. A otras Iglesias despojé, recibiendo de ellas el sustento para servirlos a ustedes. Cuando me encontraba entre ustedes y estuve necesitado, no molesté a nadie, sino que los hermanos venidos de Macedonia me dieron lo necesario. Me cuidé de ser un peso para ustedes, y todavía me cuidaré: ahí está mi desafío, y se lo digo por la verdad de Cristo que está en mí, nadie en la tierra de Acaya me igualará en este punto. ¿Por qué? ¿Acaso porque no los amo? ¡Dios lo sabe!
Salmo 111(110),1-2.3-4.7-8. ¡Aleluya! Doy gracias al Señor de todo corazón en la reunión de los justos y en la asamblea. Grandiosas son las obras del Señor, las profundizan los que en ellas se complacen.
Toda su obra es grandeza y esplendor y su justicia dura para siempre. Quiso que se recordaran sus milagros, ¿no es el Señor clemente y compasivo?
Verdad y justicia son obra de sus manos, todos sus decretos son seguros, apoyados en una base inamovible, portadores de verdad y rectitud.
Evangelio según San Mateo 6,7-15. Cuando pidan a Dios, no imiten a los paganos con sus letanías interminables: ellos creen que un bombardeo de palabras hará que se los oiga. No hagan como ellos, pues antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan. Ustedes, pues, recen así: Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo. Danos hoy el pan que nos corresponde; y perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno. Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también el Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les perdonará a ustedes.
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Comentario: Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach (Vilamarí, Girona, España)
Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial
Hoy, Jesús nos propone un ideal grande y difícil: el perdón de las ofensas. Y establece una medida muy razonable: la nuestra: «Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15). En otro lugar había mostrado la regla de oro de la convivencia humana: «Tratad a los demás como queráis que ellos os traten a vosotros» (Mt 7,12).
Queremos que Dios nos perdone y que los demás también lo hagan; pero nosotros nos resistimos a hacerlo. Cuesta pedir perdón; pero darlo todavía cuesta más. Si fuéramos humildes de veras, no nos sería tan difícil; pero el orgullo nos lo hace trabajoso. Por eso podemos establecer la siguiente ecuación: a mayor humildad, mayor facilidad; a mayor orgullo, mayor dificultad. Esto te dará una pista para conocer tu grado de humildad.
Acabada la guerra civil española (año 1939), unos sacerdotes excautivos celebraron una Misa de acción de gracias en la iglesia de Els Omells. El celebrante, tras las palabras del Padrenuestro «perdona nuestras ofensas», se quedó parado y no podía continuar. No se veía con ánimos de perdonar a quienes les habían hecho padecer tanto allí mismo en un campo de trabajos forzados. Pasados unos instantes, en medio de un silencio que se podía cortar, retomó la oración: «así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Después se preguntaron cuál había sido la mejor homilía. Todos estuvieron de acuerdo: la del silencio del celebrante cuando rezaba el Padrenuestro. Cuesta, pero es posible con la ayuda del Señor.
Además, el perdón que Dios nos da es total, llega hasta el olvido. Marginamos muy pronto los favores, pero las ofensas... Si los matrimonios las supieran olvidar, se evitarían y se podrían solucionar muchos dramas familiares.
Que la Madre de misericordia nos ayude a comprender a los otros y a perdonarlos generosamente.
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