El brillo de una estrella
Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD
La leyenda dorada de los padres del desierto cuenta la historia de aquel viejo monje que todos los días debía cruzar un largo arenal para ir a recoger la leña que necesitaba para el fuego. En medio del arenal surgía un pequeño oasis en cuyo centro saltaba una fuente de agua cristalina que mitigaba los sudores y la sed del eremita. Hasta que un día el monje pensó que debía ofrecer a Dios ese sacrificio: regalaría a Dios el sufrimiento de su sed. Y al llegar la primera noche, tras su sacrificio, el monje descubrió con gozo que en el cielo había aparecido una nueva estrella. Desde aquel día el camino se le hizo más corto al monje.
Hasta que un día tocó al monje hacer su camino junto a un joven novicio. El muchacho, cargado con los pesados haces de leña, sudaba y sudaba. Y cuando vio la fuente no pudo reprimir un grito de alegría; “Mire, padre, una fuente”. Cruzaron mil imágenes por la mente del monje: si bebía, aquella noche la estrella no se encendería en su cielo: pero si no bebía, tampoco el muchacho se atrevería a hacerlo. Y, sin dudarlo un segundo, el eremita se inclinó hacia la fuente y bebió. Tras él, el novicio, gozoso, bebía y bebía también. Aquella noche Dios no estaría contento con él y no se encendería su estrella.
Y al llegar la noche el monje apenas se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo hizo, al fin, con la tristeza en el alma. Y sólo entonces vio que aquella noche en el cielo se habían encendido no una, sino dos estrellas.