Junto con algunas risas que provenían de las mesas de a lado, escuché a una mujer decir:
- "Eso es lo malo de este país. Los niños de hoy ni siquiera saben como orar. Preguntarle a Dios
por un helado? ¡Que tontería!".
Al escuchar tan duro comentario, mi hijo rompió a llorar y me preguntó si había hecho algo malo
y si Dios estaría molesto con él.
Lo abracé y sequé sus lágrimas diciéndole que había hecho un magnífico trabajo y que Dios de
ninguna manera estaría molesto con él.
Tan pronto acabé de decir estas palabras cuando un anciano se aproximó a nuestra mesa.
Le hizo un pequeño guiño a mi hijo, se agachó a su costado y le dijo:
- "Estoy seguro que Dios pensó que fue muy buena tu oración".
- "¿En verdad?" preguntó mi hijo.
- Totalmente seguro. Luego en susurros le dijo: “Es lamentable que ella –
Señalando a la mujer con el dedo- nunca le pida a Dios por un helado.
A veces, un poco de helado es bueno para las almas”.
Naturalmente compré helados para mi hijo para el postre. Luego de terminar su helado mi hijo
se quedó un poco pensativo e hizo algo que nunca olvidaré por el resto de mi vida.
Sirvió un poco de helado en uno de los platos que había sobre la mesa y sin pronunciar ni
una sola palabra caminó por el restaurante y se paró frente a la señora.
Con una gran sonrisa le dijo:
- "Esto es para usted. A veces, el helado es bueno para las almas y la mía ya tuvo suficiente".
BLANCA MORALES