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General: EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 20 DE NOVIEMBRE DEL 2013
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: campitos0  (Mensaje original) Enviado: 21/11/2013 21:36
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 Miércoles de la trigésima tercera semana del tiempo ordinario

Segundo Libro de Macabeos 7,1.20-31. 
También fueron detenidos siete hermanos, junto con su madre. El rey, flagelándolos con azotes y tendones de buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. 
Incomparablemente admirable y digna del más glorioso recuerdo fue aquella madre que, viendo morir a sus siete hijos en un solo día, soportó todo valerosamente, gracias a la esperanza que tenía puesta en el Señor. 
Llena de nobles sentimientos, exhortaba a cada uno de ellos, hablándoles en su lengua materna. Y animando con un ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía: 
"Yo no sé cómo ustedes aparecieron en mis entrañas; no fui yo la que les dio el espíritu y la vida ni la que ordenó armoniosamente los miembros de su cuerpo. 
Pero sé que el Creador del universo, el que plasmó al hombre en su nacimiento y determinó el origen de todas las cosas, les devolverá misericordiosamente el espíritu y la vida, ya que ustedes se olvidan ahora de sí mismos por amor de sus leyes". 
Antíoco pensó que se estaba burlando de él y sospechó que esas palabras eran un insulto. Como aún vivía el más joven, no sólo trataba de convencerlo con palabras, sino que le prometía con juramentos que lo haría rico y feliz, si abandonaba las tradiciones de sus antepasados. Le aseguraba asimismo que lo haría su Amigo y le confiaría altos cargos. 
Pero como el joven no le hacía ningún caso, el rey hizo llamar a la madre y le pidió que aconsejara a su hijo, a fin de salvarle la vida. 
Después de mucho insistir, ella accedió a persuadir a su hijo. 
Entonces, acercándose a él y burlándose del cruel tirano, le dijo en su lengua materna: "Hijo mío, ten compasión de mí, que te llevé nueve meses en mis entrañas, te amamanté durante tres años y te crié y eduqué, dándote el alimento, hasta la edad que ahora tienes.
Yo te suplico, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra, y al ver todo lo que hay en ellos, reconozcas que Dios lo hizo todo de la nada, y que también el género humano fue hecho de la misma manera. 
No temas a este verdugo: muéstrate más bien digno de tus hermanos y acepta la muerte, para que yo vuelva a encontrarte con ellos en el tiempo de la misericordia". 
Apenas ella terminó de hablar, el joven dijo: "¿Qué esperan? Yo no obedezco el decreto del rey, sino las prescripciones de la Ley que fue dada a nuestros padres por medio de Moisés. 
Y tú, que eres el causante de todas las desgracias de los hebreos, no escaparás de las manos de Dios. 


Salmo 17(16),1.5-6.8b.15. 
Escuha mi grito, Señor, 
atiende a mis clamores, 
presta atención a mi plegaria, 
pues no hay engaño en mis labios.

Afirma mis pasos en tus caminos 
para que no tropiecen mis pies.
A ti te llamo, oh Dios, 
esperando tu respuesta; 
inclina a mí tu oído 
y escucha mi ruego.

Guárdame como a la niña de tus ojos, 
escóndeme a la sombra de tus alas,
Y yo, como justo, 
contemplaré tu rostro, 
y al despertar, 
me saciaré de tu semblante. 



Evangelio según San Lucas 19,11-28. 
Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro. 
El les dijo: "Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. 
Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: 'Háganlas producir hasta que yo vuelva'. 
Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: 'No queremos que este sea nuestro rey'. 
Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. 
El primero se presentó y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más'. 
'Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades'. 
Llegó el segundo y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más'. 
A él también le dijo: 'Tú estarás al frente de cinco ciudades'. 
Llegó el otro y le dijo: 'Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. 
Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado'. 
El le respondió: 'Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigentes, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, 
¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses'. 
Y dijo a los que estaban allí: 'Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más'. 
'¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!'. 
Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. 
En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia". 
Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. 


 

 

 

 

silvia6.png picture by silvygilbert

 



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: campitos0 Enviado: 21/11/2013 21:37

Comentario: P. Pere SUÑER i Puig SJ (Barcelona, España)

Negociad hasta que vuelva

Hoy, el Evangelio nos propone la parábola de las minas: una cantidad de dinero que aquel noble repartió entre sus siervos, antes de marchar de viaje. Primero, fijémonos en la ocasión que provoca la parábola de Jesús. Él iba “subiendo” a Jerusalén, donde le esperaba la pasión y la consiguiente resurrección. Los discípulos «creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro» (Lc 19,11). Es en estas circunstancias cuando Jesús propone esta parábola. Con ella, Jesús nos enseña que hemos de hacer rendir los dones y cualidades que Él nos ha dado, mejor dicho, que nos ha dejado a cada uno. No son “nuestros” de manera que podamos hacer con ellos lo que queramos. Él nos los ha dejado para que los hagamos rendir. Quienes han hecho rendir las minas —más o menos— son alabados y premiados por su Señor. Es el siervo perezoso, que guardó el dinero en un pañuelo sin hacerlo rendir, el que es reprendido y condenado.

El cristiano, pues, ha de esperar —¡claro está!— el regreso de su Señor, Jesús. Pero con dos condiciones, si se quiere que el encuentro sea amistoso. La primera es que aleje la curiosidad malsana de querer saber la hora de la solemne y victoriosa vuelta del Señor. Vendrá, dice en otro lugar, cuando menos lo pensemos. ¡Fuera, por tanto, especulaciones sobre esto! Esperamos con esperanza, pero en una espera confiada sin malsana curiosidad. La segunda es que no perdamos el tiempo. La espera del encuentro y del final gozoso no puede ser excusa para no tomarnos en serio el momento presente. Precisamente, porque la alegría y el gozo del encuentro final será tanto mejor cuanto mayor sea la aportación que cada uno haya hecho por la causa del reino en la vida presente.

No falta, tampoco aquí, la grave advertencia de Jesús a los que se rebelan contra Él: «Aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí» (Lc 19,27).



 
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