Elefante del Dios Indra, Gajendra,
había ido a bañarse en el río.
El elefante es símbolo de fuerza y poder,
de autosuficiencia cuando se trata de tirar
o empujar o luchar o abrirse paso por donde sea.
No necesita la ayuda de nadie para dominar la selva y vivir su vida.
Y, sin embargo, esta vez Gajendra tenía problemas.
Un cocodrilo del río se había acercado sigilosamente,
había apresado una de sus patas delanteras en sus mandíbulas
y lo estaba empujando hacia la corriente de las aguas profundas.
El elefante se resistía, pero sin éxito.
El agua no era su elemento, sus pies resbalaban en el barro, y el dolor producido por los dientes del cocodrilo lo cegaba y enfurecía.
Gajendra tiraba con toda su alma, quería salvar la vida,
el prestigio, el puesto del más fuerte habitante de la selva.
Lo haría una vez más como siempre lo había hecho;
era sólo cuestión de reunir todas sus fuerzas y liberarse de una vez.
Lo intentó.
Y perdió más terreno.
Viendo entonces que pronto iba a desaparecer
bajo las aguas y no quedaría ni rastro suyo, cambió de táctica.
Se acordó de Dios y rezó,
como hasta los elefantes pueden rezar
en las leyendas para dar ejemplo al hombre:
No puedo salvarme por mis propias fuerzas.
¡Me hundo!
¡Sálvame!” En aquel mismo instante apareció el dios Visnú,
montado en su águila Garuda,
y salvó a Gajendra de los dientes del cocodrilo y de su propia soberbia.
El auxilio divino apareció cuando el
ser más fuerte de la tierra reconoció que ya no podía más.
Parábola de gracia y de fe.
Dios viene cuando el hombre reconoce su propia limitación.
Cuando abandonamos nuestra soberbia es cuando nos abrimos a la fe.
Entonces comienza la mejor etapa de la vida.
Carlos G. Vallés