CONVERSA
Generalmente hablamos mucho, pero ¡qué pocos sabemos conversar!
A veces esta amistosa comunicación resulta fatigosa, frívola, sin esencia,
hipócrita y hasta irritante.
La conversación es como un don mullido por las palabras íntimas,
sinceras.
Un golpe de llamada es suficiente para darnos cuenta de que en el
corazón amigo hay encendida una lámpara para mi.
A veces, está en nosotros la causa de nuestros males, y la conversación
es ese tronco fuerte que entreteje palabras para llevarnos de la sombra
a la luz.
Cuando se nos rompen las razones y se nos acaban las fuerzas, es el
momento de conversar, de abrir ese cofre inestimable de la amistad que
siempre guarda algo que puede servirnos: paz, equilibrio, suavidad, amor...
Conversar a gusto es rebosar una copa que no tiene precio.
La conversación es como un escudo que desvía las flechas de la confusión
y de la amargura.
Cuando se sabe conversar no hay palabras huecas, todas parecen rocío
sobre la corteza de la vida abrasada por el sol o sacudidas por las
tempestades sentimentales.
La conversación tranquiliza, nivela, refresca, orienta, ayuda. Los labios que
ponen amor al conversar, tienen una canción muy alta que enciende la vida,
y otra muy secreta, que se nos queda dentro.
Tenemos obligación de conversar con palabras que sean llaves para ver de
qué agoniza el hombre detrás de cada puerta. Y de qué enfermedad padece
que le está haciendo morir poquito a poco todos los días.
Conversa para que la vida de los demás palpite con tu vida.
Zenaida Bacardí de Argamasilla