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De: campitos0 (Mensaje original) |
Enviado: 03/05/2014 21:51 |
Los Santos de hoy viernes 2 de mayo de 2014 |
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Atanasio, Santo Obispo y Doctor de la Iglesia, Mayo 2
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José María Rubio y Peralta, Santo Apóstol de Madrid, Mayo 2
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Antonino (Antonio) Pierozzi de Florencia, Santo Obispo, 2 de mayo
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Guillermo Tirry, Beato Mártir, Mayo 2
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Wiborada de San Gallo, Santa Virgen y Mártir, Mayo 2
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Nicolás Hermansson, Beato Obispo, 2 de mayo
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Atanasio, Santo |
Obispo y Doctor de la Iglesia, Mayo 2 |
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Atanasio, Santo |
Obispo y Doctor de la Iglesia
Atanasio nació en Alejandría de Egipto en el año 295, y es la figura más dramática y desconcertante de la rica galería de los Padres de la Iglesia. Tozudo defensor de la ortodoxia durante la gran crisis arriana, inmediatamente después del concilio de Nicea, pagó su heroica resistencia a la herejía con cinco destierros decretados por los emperadores Constantino, Constancio, Julián y Valente. Arrio, un sacerdote salido del seno mismo de la Iglesia de Alejandría, negando la igualdad substancial entre el Padre y el Hijo, amenazaba atacar el corazón mismo del cristianismo. En efecto, si Cristo no es Hijo de Dios, y él mismo no es Dios, ¿a qué queda reducida la redención de la humanidad?
En un mundo que se despertó improvisamente arriano, según la célebre frase de San Jerónimo, quedaba todavía en pie un gran luchador, Atanasio, que a los 33 años fue elevado a la prestigiosa sede episcopal de Alejandría. Tenía el temple del luchador y cuando había que presenter batalla a los adversarios era el primero en partir lanza en ristre: “Yo me alegro de tener que defenderme” escribió en su Apologia por la fuga. Atanasio tenía valentía hasta para vender, pero sabiendo con quién tenía que habérselas (entre las acusaciones de sus calumniadores estaba la de que él había asesinado al obispo Arsenio, que después apareció vivo y sano), no esperaba en casa a que vinieran a amarrarlo. A veces sus fugas fueron sensacionales. El mismo nos habla de ellas con brío.
Pasó sus últimos dos destierros en el desierto, en compañía de sus amigos monjes, esos simpáticos anárquicos de la vida cristiana, que aunque rehuyendo de las normales estructuras de la organización social y eclesiástica, se encontraban bien en compañía de un obispo autoritario e intransigente como Atanasio. Para ellos escribió el batallador obispo de Alejandría una grande obra, la “Historia de los arrianos”, dedicada a los monjes, de la que nos quedan pocas páginas, pero suficientes para revelarnos abiertamente el temperamento de Atanasio: sabe que habla a hombres que no entienden las metáforas, y entonces llama al pan pan y al vino vino: se burla del emperador, llamándolo con apodos irrespetuosos, y se burla también de los adversarios; pero habla con entusiasmo de las verdades que le interesan, para arrancar a los fieles de las garras de los falsos pastores.
Durante las numerosas e involuntarias peregrinaciones llegó a Occidente, a Roma y Tréveris en donde hizo conocer el monaquismo egipcio, como estado de vida organizado de modo muy original en el desierto, presentando al monje ideal en la sugestiva figura de un anacoreta, San Antonio, de quien escribió la célebre Vida, que se puede considerar como una especie de manifiesto del monaquismo. Murió en el año 373.
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Atanasio, Santo Obispo y Doctor de la Iglesia, Mayo 2
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José María Rubio y Peralta, Santo Apóstol de Madrid, Mayo 2
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Antonino (Antonio) Pierozzi de Florencia, Santo Obispo, 2 de mayo
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Guillermo Tirry, Beato Mártir, Mayo 2
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Wiborada de San Gallo, Santa Virgen y Mártir, Mayo 2
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Nicolás Hermansson, Beato Obispo, 2 de mayo
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Atanasio, Santo |
Obispo y Doctor de la Iglesia, Mayo 2 |
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Atanasio, Santo |
Obispo y Doctor de la Iglesia
Atanasio nació en Alejandría de Egipto en el año 295, y es la figura más dramática y desconcertante de la rica galería de los Padres de la Iglesia. Tozudo defensor de la ortodoxia durante la gran crisis arriana, inmediatamente después del concilio de Nicea, pagó su heroica resistencia a la herejía con cinco destierros decretados por los emperadores Constantino, Constancio, Julián y Valente. Arrio, un sacerdote salido del seno mismo de la Iglesia de Alejandría, negando la igualdad substancial entre el Padre y el Hijo, amenazaba atacar el corazón mismo del cristianismo. En efecto, si Cristo no es Hijo de Dios, y él mismo no es Dios, ¿a qué queda reducida la redención de la humanidad?
En un mundo que se despertó improvisamente arriano, según la célebre frase de San Jerónimo, quedaba todavía en pie un gran luchador, Atanasio, que a los 33 años fue elevado a la prestigiosa sede episcopal de Alejandría. Tenía el temple del luchador y cuando había que presenter batalla a los adversarios era el primero en partir lanza en ristre: “Yo me alegro de tener que defenderme” escribió en su Apologia por la fuga. Atanasio tenía valentía hasta para vender, pero sabiendo con quién tenía que habérselas (entre las acusaciones de sus calumniadores estaba la de que él había asesinado al obispo Arsenio, que después apareció vivo y sano), no esperaba en casa a que vinieran a amarrarlo. A veces sus fugas fueron sensacionales. El mismo nos habla de ellas con brío.
Pasó sus últimos dos destierros en el desierto, en compañía de sus amigos monjes, esos simpáticos anárquicos de la vida cristiana, que aunque rehuyendo de las normales estructuras de la organización social y eclesiástica, se encontraban bien en compañía de un obispo autoritario e intransigente como Atanasio. Para ellos escribió el batallador obispo de Alejandría una grande obra, la “Historia de los arrianos”, dedicada a los monjes, de la que nos quedan pocas páginas, pero suficientes para revelarnos abiertamente el temperamento de Atanasio: sabe que habla a hombres que no entienden las metáforas, y entonces llama al pan pan y al vino vino: se burla del emperador, llamándolo con apodos irrespetuosos, y se burla también de los adversarios; pero habla con entusiasmo de las verdades que le interesan, para arrancar a los fieles de las garras de los falsos pastores.
Durante las numerosas e involuntarias peregrinaciones llegó a Occidente, a Roma y Tréveris en donde hizo conocer el monaquismo egipcio, como estado de vida organizado de modo muy original en el desierto, presentando al monje ideal en la sugestiva figura de un anacoreta, San Antonio, de quien escribió la célebre Vida, que se puede considerar como una especie de manifiesto del monaquismo. Murió en el año 373.
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José María Rubio y Peralta, Santo |
Apóstol de Madrid, Mayo 2 |
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José María Rubio y Peralta, Santo |
Apóstol de Madrid
Andaluz de nacimiento, pero madrileño de adopción, José María Rubio Peralta, más conocido como el Padre Rubio, nació en el almeriense pueblo de Dalías en 1864. Desde su más tierna infancia destaca por su humildad, sencillez, amor a Jesús, capacidad de sacrificio, sufrimiento, obediencia… Sencillo y callado, cursó sus estudios de seminarista en Granada y Madrid, donde fue ordenado sacerdote. Su primera misa la celebró en el altar de la Virgen de la Consolación, en la actual iglesia de San Isidro. Como sacerdote diocesano, desempeñó su ministerio como coadjutor en Chinchón, y párroco en Estremera. La obediencia marcaría gran parte de su vida, siguiendo el lema “Hacer lo que Dios quiere, querer lo que Dios hace”. Eso le llevó a ‘posponer’ su vocación jesuítica hasta la muerte de su mentor, a ser profesor en el Seminario madrileño, a obtener el doctorado en Derecho Canónico, o a ser capellán de las Madres Bernardas. Ingresa en el seminario jesuítico de Granada con 42 años. Espíritu de sacrificio, generosidad y pobreza son algunas de las características de este sacerdote para quienes los pobres eran sus mejores amigos.
¿Cuáles fueron las claves espirituales en la vida del P. Rubio?
“Hacer lo que Dios quiere, querer lo que Dios hace” es la consigna que marca su vida, caracterizada por la obediencia y la entrega total a Dios: como sacerdote primero, y como jesuita después. Su amor a Jesús le lleva a una intensa actividad pastoral: confiesa, predica, acompaña espiritualmente, predica misiones populares, da catequesis, sobre todo a niños y a jóvenes en Cuatro Caminos, Puente de Vallecas, el Matadero, organiza escuelas dominicales en Mesón de Paredes, acerca Jesús a “los traperos” … Atiende a las Madres Bernardas como su capellán, a las Marías de los Sagrarios de Madrid, congregación fundada por él antes de su muerte, a las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón, en cuya fundación participa… Ese amor a Jesús le lleva a desarrollar
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José María Rubio y Peralta, Santo |
una acción social imparable, que le valió el nombre de ‘padre de los pobres’ y el título póstumo de “Apóstol de Madrid”. Desprendido y generoso, entrega su dinero, su ropa, su comida, su propio tiempo… Es un prodigio en caridad. Atiende y cuida a los enfermos, ayuda a los pobres, visita a barrios como La Ventilla, Entrevías… para llevar a Jesús e impulsar mediante voluntarios la creación de escuelas y la atención y ayuda a niños, jóvenes, adultos, enfermos, obreros… Muestra del gran amor que Madrid tenía por este ‘santo’ fue la manifestación de dolor que se produjo al conocer la noticia de su muerte, acaecida en Aranjuez, en el año 1929, y la gran afluencia de fieles que veneraron sus restos cuando fueron trasladados al claustro de la actual iglesia de los jesuitas en la calle Serrano, en 1953.
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