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General: EVANGELIO DE HOY DOMINGO 4 DE MAYO DEL 2014
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Réponse  Message 1 de 2 de ce thème 
De: campitos0  (message original) Envoyé: 04/05/2014 21:45

Tercer Domingo de Pascua

Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-33. 
El día de Pentecostés, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: "Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. 
Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, 
a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. 
Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. 
En efecto, refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. 
Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, 
porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. 
Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia. 
Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. 
Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. 
Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. 
A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. 
Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen. 


Salmo 16(15),1-2a.5.7-8.9-10.11. 
Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Señor, tú eres mi bien.»
El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, 
¡tú decides mi suerte!

Bendeciré al Señor que me aconseja, 
¡hasta de noche me instruye mi conciencia!
Tengo siempre presente al Señor: 
él está a mi lado, nunca vacilaré.

Por eso mi corazón se alegra, 
se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro:
porque no me entregarás a la Muerte 
ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.

Me harás conocer 
el camino de la vida, 
saciándome de gozo en tu presencia, 
de felicidad eterna a tu derecha.



Epístola I de San Pedro 1,17-21. 
Y ya que ustedes llaman Padre a aquel que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo. 
Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, 
sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, 
predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. 
Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios. 


Evangelio según San Lucas 24,13-35. 
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. 
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. 
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. 
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. 
El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste, 
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". 
"¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, 
y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. 
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. 
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro 
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. 
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron". 
Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! 
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?" 
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. 
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. 
Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. 
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. 
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. 
Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?". 
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, 
y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!". 
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 




 

 

 



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De: campitos0 Envoyé: 04/05/2014 21:45

Comentario: Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)

Aquel mismo día, el domingo

Hoy comenzamos la proclamación del Evangelio con la expresión: «Aquel mismo día, el domingo» (Lc 24,13). Sí, todavía domingo. Pascua —se ha dicho— es como un gran domingo de cincuenta días. ¡Oh, si supiésemos la importancia que tiene este día en la vida de los cristianos! «Hay motivos para decir, como sugiere la homilía de un autor del siglo IV (el Pseudo Eusebio de Alejandría), que el ‘día del Señor’ es el ‘señor de los días’ (…). Ésta es, efectivamente, para los cristianos la “fiesta primordial”» (Juan Pablo II). El domingo, para nosotros, es como el seno materno, cuna, celebración, hogar y también aliento misionero. ¡Oh, si entreviéramos la luz y la poesía que lleva! Entonces afirmaríamos como aquellos mártires de los primeros siglos: «No podemos vivir sin el domingo».

Pero, cuando el día del Señor pierde relieve en nuestra existencia, también se eclipsa el “Señor del día”, y nos volvemos tan pragmáticos y “serios” que sólo damos crédito a nuestros proyectos y previsiones, planes y estrategias; entonces, incluso la misma libertad con la que Dios actúa, nos es motivo de escándalo y de alejamiento. Ignorando el estupor nos cerramos a la manifestación más luminosa de la gloria de Dios, y todo se convierte en un atardecer de decepción, preludio de una noche interminable, donde la vida parece condenada a un perenne insomnio.

Sin embargo, el Evangelio proclamado en medio de las asambleas dominicales es siempre anuncio angélico de una claridad dirigida a entendimientos y corazones tardos para creer (cf. Lc 24,25), y por esto es suave, no explosivo, ya que —de otro modo— más que iluminar nos cegaría. Es la Vida del Resucitado que el Espíritu nos comunica con la Palabra y el Pan partido, respetando nuestro caminar hecho de pasos cortos y no siempre bien dirigidos.

Cada domingo recordemos que Jesús «entró a quedarse con ellos» (Lc 24,29), con nosotros. ¿Lo has reconocido hoy, cristiano?



 
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