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De: campitos0 (Mensaje original) |
Enviado: 12/11/2014 18:18 |
Miércoles de la trigésima segunda semana del tiempo ordinario
Miércoles de la trigésima segunda semana del tiempo ordinario
Carta de San Pablo a Tito 3,1-7. Querido hermano: Recuerda a todos que respeten a los gobernantes y a las autoridades, que les obedezcan y estén siempre dispuestos para cualquier obra buena. Que no injurien a nadie y sean amantes de la paz, que sean benévolos y demuestren una gran humildad con todos los hombres. Porque también nosotros antes éramos insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de los malos deseos y de toda clase de placeres, y vivíamos en la maldad y la envidia, siendo objeto de odio y odiándonos los unos a los otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.
Salmo 23(22),1-3a.3bc-4.5.6. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas.
Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza.
Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo.
Evangelio según San Lucas 17,11-19. Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
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Comentario: P. Conrad J. MARTÍ i Martí OFM (Valldoreix, Barcelona, España)
Postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias
Hoy, Jesús pasa cerca de nosotros para hacernos vivir la escena mencionada más arriba, con un aire realista, en la persona de tantos marginados como hay en nuestra sociedad, los cuales se fijan en los cristianos para encontrar en ellos la bondad y el amor de Jesús. En tiempos del Señor, los leprosos formaban parte del estamento de los marginados. De hecho, aquellos diez leprosos fueron al encuentro de Jesús en la entrada de un pueblo (cf. Lc 17,12), pues ellos no podían entrar en las poblaciones, ni les estaba permitido acercarse a la gente («se pararon a distancia»).
Con un poco de imaginación, cada uno de nosotros puede reproducir la imagen de los marginados de la sociedad, que tienen nombre como nosotros: inmigrantes, drogadictos, delincuentes, enfermos de sida, gente en el paro, pobres... Jesús quiere restablecerlos, remediar sus sufrimientos, resolver sus problemas; y nos pide colaboración de forma desinteresada, gratuita, eficaz... por amor.
Además, hacemos más presente en cada uno de nosotros la lección que da Jesús. Somos pecadores y necesitados de perdón, somos pobres que todo lo esperan de Él. ¿Seríamos capaces de decir como el leproso «Jesús, maestro, ten compasión de mi» (cf. Lc 17,13)? ¿Sabemos recurrir a Jesús con plegaria profunda y confiada?
¿Imitamos al leproso curado, que vuelve a Jesús para darle gracias? De hecho, sólo «uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios» (Lc 17,15). Jesús echa de menos a los otros nueve: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?» (Lc 17,17). San Agustín dejó la siguiente sentencia: «‘Gracias a Dios’: no hay nada que uno puede decir con mayor brevedad (...) ni hacer con mayor utilidad que estas palabras». Por tanto, nosotros, ¿cómo agradecemos a Jesús el gran don de la vida, propia y de la familia; la gracia de la fe, la santa Eucaristía, el perdón de los pecados...? ¿No nos pasa alguna vez que no le damos gracias por la Eucaristía, aun a pesar de participar frecuentemente en ella? La Eucaristía es —no lo dudemos— nuestra mejor vivencia de cada día.
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