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General: LOS SANTOS DE HOY VIERNES 16 DE ENERO DEL 2015
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: campitos0  (Mensaje original) Enviado: 17/01/2015 01:39
Berardo y compañeros, Santos
Mártires Franciscanos, 16 de enero


Hoy también se festeja a:

 Ticiano de Oderzo, Santo
Obispo, 16 de enero
 José Vaz, Santo
Presbítero, 16 de enero
 José Antonio Tovini, Beato
Maestro Laico, Enero 16
 Juana María Condesa Llunch, Beata
Virgen Fundadora, 16 de enero
 Marcelo I, Santo
XXX Papa, Enero 16




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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: campitos0 Enviado: 17/01/2015 01:40

Berardo y compañeros, Santos
Mártires Franciscanos, 16 de enero


Por: . | Fuente: Franciscanos.org



Mártires Franciscanos

Martirologio Romano: En la ciudad de Marrakech, en el Magreb (hoy Marruecos), santos mártires Berardo, Otón y Pedro, presbíteros, Acursio y Aiuto, religiosos, todos de la Orden de los Hermanos Menores, los cuales, enviados por san Francisco para anunciar el Evangelio a los musulmanes, fueron apresados en Sevilla y trasladados a Marrakech, donde les ajusticiaron por orden del príncipe de los sarracenos (1226). 

Fecha de canonización: En 1481 por el Papa Sixto IV.
Estos protomártires franciscanos fueron compañeros primitivos de San Francisco y encarnan maravillosamente un aspecto esencial de la espiritualidad personal del Pobrecillo y de aquella generación franciscana primigenia: la más alta fiebre de su ideal de imitación de Cristo pobre y crucificado. Se ha escrito -al final daré completa la cita- que «nada menos histórico que hacer la historia a base de juicios y valores del presente». Ni hacerla, ni juzgarla, ni sentirla. Trasladémonos limpiamente al marco medieval cristiano de estos hechos, tratemos de mirarlos con los ojos de quienes los vivieron, y lograremos captar su heroica belleza.

De qué fiebre se trata

Empecemos por diagnosticar esa fiebre. Una fiebre caballeresca, ciertamente; caballeresca a lo cristiano; precisemos más aún: caballeresca a lo franciscano. Podría decir el Pobrecillo de estos sus protomártires -y con otras palabras lo dijo-: «Ellos son los más heroicos caballeros de mi Tabla Redonda». Fortini formula muy bien este fenómeno de la época, refiriéndose al espíritu caballeresco en general: «No se puede ser caballero perfecto sin el rito de la consagración al nombre de Cristo, en este tiempo en que toda caballería es, al mismo tiempo, compromiso religioso, todo valor es santidad, toda muerte es martirio. Y un místico de esa Edad Media -Cavalga- escribe que Jesús vino a salvarnos como un hombre enamorado y como un caballero amante».

Cuando el joven mundano Francisco -prendado de los libros de caballería- se convirtió en el joven San Francisco, dio un carpetazo para siempre a la literatura de vanas hazañas amorosas; pero abrió su nueva existencia con una página que no haría sino repetirse, jornada a jornada, hasta la última de su vida; página escrita con el rojo de su amor ardiente a Cristo crucificado, que soñaba llegar a escribirse con el rojo de su propia sangre: retornar a Jesús amor con amor, vida con vida, muerte con muerte. Lo intentó reiteradamente, y con un empeño que hizo exacto este título que se le ha dado: «El hombre que no consiguió hacerse matar». Y ya lo hemos visto arder con esa fiebre en el punto álgido de su santidad, que fue el Alverna: «Señor mío Jesucristo: ¡Que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que Tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu acerbísima pasión». Una de las más fervientes oraciones cristianas -el Absorbeat-, que se le ha atribuido y que la crítica actual afirma que no es de él, pero que recoge propiísimamente su espíritu, concluye con esta exclamación: «¡Muera yo por amor de tu amor, ya que Tú por amor de mi amor te dignaste morir!» La herida nostálgica de su martirio no logrado no se le cerró mientras vivió.

Hasta tal punto fue «connatural» y férvida el ansia martirial al espíritu de Francisco, que lo contagió hasta a una mujer, a la dama que le comprendió mejor y le siguió más de cerca en su nuevo idealismo: la hermana Clara. Calibre el lector lo que significa ver en aquella época a una mujer deseando y buscando el martirio; realmente heroica. Pero ella no lo hizo por heroica, sino por cristiana enamorada -así la apellidaba Francisco: «la cristiana»-, al estilo de su maestro el Pobrecillo. Era una de sus constantes vitales: recoleta voluntaria entre los muros de San Damián, «a gusto deseaba soportar el martirio por amor del Señor Jesús»; lo afirman tres de las testigos del Proceso. Y este anhelo habitual estalló en paroxismo santo cuando se enteró de lo que el lector se va a enterar aquí: del primer martirio de unos hermanos menores, en Marruecos. Con la firmeza que la distinguía, proyectó e intentó irse a tierras de infieles, para lograrlo. Francisco -aquí, ¿más prudente o menos idealista que ella?- no se lo consintió, movido también quizá por las lágrimas de las sores de San Damián, que lloraban al verla en esa determinación, en que la iban a perder.

Mas esa fiebre del amor sangriento que no aprobó en «su plantita», la quiso y la animó en los suyos. San Francisco es, entre las Ordenes religiosas, el primer fundador que incluye en su Regla -en sus dos Reglas- un capítulo taxativo sobre las misiones. Merece la pena trasladar aquí una de esas normas: «Cualquier hermano que quiera ir entre sarracenos y otros infieles, vaya con la licencia de su ministro y siervo. Y los hermanos que van pueden comportarse entre ellos espiritualmente de dos modos. Uno, que no promuevan disputas ni controversias, sino que se sometan a toda criatura por Dios, y confiesen que son cristianos. Otro, que, cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios, para que crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu Santo, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y se hagan cristianos, porque, a menos que uno no renazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,5). Y todos los hermanos, dondequiera que estén, recuerden que se dieron y abandonaron sus cuerpos al Señor Jesucristo. Y por su amor deben exponerse a los enemigos, tanto visibles como invisibles, porque dice el Señor: Quien pierda su vida por mi causa, la salvará para la vida eterna (Lc 9,24)» (1 R 16). Y el legislador Pobrecillo, para enardecer ese espíritu de la ofrenda total, añade hasta otros doce textos evangélicos.

Sí, así de alto y neto era aquel ideal franciscano. Gemelli lo expresa con belleza y propiedad: «Hombres crucificados: así los define y los quiere San Francisco; él, corazón ardiente, los educa para amar el dolor y la muerte. Hombres crucificados, y, sin embargo, libres como los pájaros: crucificados alados, que, orando, toman el cielo como su espacio vital, y, predicando y convirtiendo, vuelan a flor de tierra como unas golondrinas. Siguiendo la bendición de San Francisco, van, como aves, por todos los puntos cardinales: a Francia, Alemania, España, Egipto, Palestina; sin dinero, sin vestidos, sin miedo al hambre, al frío, a los peligros... Pero ¿qué son los peligros para quienes nada tienen que perder, y menos aún la vida, ya ofrendada a Dios? Van hacia lo desconocido, con un espíritu magnífico, que el mundo llamará de aventura, y que los cristianos llaman de apostolado». Estas inspiradas frases marcan el programa y la idiosincrasia de aquella primitiva generación franciscana, pero se pueden aplicar como por antonomasia a los que buscaron y lograron la prueba suprema del amor: el martirio.

Hemos visto cómo, ya en 1218, Francisco envió al hermano Gil a Túnez con esa misión de que predicara a los sarracenos y diera allí su vida por Cristo. Todo alegre partió el hermano Gil a intentar su holocausto; ya hemos visto que su misión fracasó: los mismos cristianos residentes en aquella tierra, temiendo represalias de los mahometanos por su predicación, le embarcaron por la fuerza en una nave y le obligaron a regresar a Italia. Con los años se alegró de no haber muerto en Túnez, porque Dios le cambió el martirio por la muerte mística; pero en aquel momento mascó su fracaso con amargura, teniendo que ahogar su nostalgia con una frase como ésta, que, tres siglos después, pronunció al fin de sus días otro franciscano de la misma estirpe heroica, el primero y principal de «los doce apóstoles de Méjico», fray Martín de Valencia: «He sido defraudado en mi deseo», en su anhelo de anunciar de tal modo a los infieles el evangelio de Jesús, que éstos le martirizaran por El.

En aquella hazaña el hermano Gil no iba solo. Le acompañaba el hermano Electo, laico como él, jovencísimo, y tan delicado que apenas podía soportar el ayuno en los días prescritos por la Regla. Ignoramos cómo, pero este hermano Electo se quedó en el país musulmán. Sabemos que lo apresaron y que lo sometieron a un duro martirio. Recibió a la muerte de rodillas, apretando la Regla contra su corazón. Fue de verdad -y se consideró- un Elegido, y es a este novicio a quien habría que llamarle «el protomártir franciscano». Quizá no ha cundido ese título por no haber sido canonizado.

Como una herencia de la sangre, el ansia del martirio vino a ser una de las constantes históricas de los auténticos seguidores del Crucificado del Alverna. Por esa fiebre martirial, y por los muchos miles en que tal fiebre ha sido mortal, la familia franciscana ha sido llamada «la Orden pródiga de su sangre». Y esto es exacto también en los brotes de «la plantita de San Francisco», las clarisas: ardientes mujeres, enamoradas del Mártir del Gólgota, en su clausura recoleta vivían -y viven- un espíritu de exaltación misionera, y pronto fueron con sus hermanos a países de misión, animadas por un idéntico anhelo del martirio. He aquí unos datos para la inmortalidad: sin salirnos de aquel siglo de Francisco y Clara, en 1269 morían a manos de los tártaros sesenta clarisas del monasterio de Zawichost, en Polonia; en 1268 fueron degolladas colectivamente las moradoras del monasterio de Antioquía de Siria, por orden del sultán Melek Saher Bibars I; en 1289 el sultán Melek-el-Mansur hizo matar a las moradoras del monasterio de Trípoli; y en 1291, al ser tomado San Juan de Acre (Accon o Tolemaida) por las tropas de Melek-el-Asheraf, sufrieron el martirio nada menos que setenta y cuatro hijas de Santa Clara; y también las clarisas de España, ya en ese siglo, en 1298, y en los azarosos tiempos posteriores, las del monasterio de Jaén, en número de veinte, pagaron el tributo de su sangre por la irrupción de las tropas sarracenas (I. Omaechevarría). Detallar esos virginales holocaustos gloriosos daría para un hermoso capítulo. Y este ardimiento misionero femenino continúa hasta hoy, dispuesto a la prueba extrema del amor: dar la vida por aquel que la dio por nosotros.

Mas pasemos ya a las primicias de este supremo amor franciscano.

Buscadores de su propia muerte

Si la primicia martirial del hermano Electo fue en 1218, al año -después del capítulo general de la Orden de 1219- el Pobrecillo formó otro equipo, más numeroso, para intentar de nuevo la suerte suprema. Y, pues la anterior había fallado por oriente, ahora se dirigirían hacia occidente, a tierras mahometanas de España y de Marruecos, donde pensó quizá que había más peligro, es decir, mayor oportunidad. Escogió a seis, después de invocar al Señor y calibrando bien, con discernimiento, el temple heroico de la triple pareja: los hermanos Vidal, Berardo, Pedro, Acursio, Adyuto y Otón. Por fortuna, contamos con un relato fidedigno de su hazaña (1). Los editores de Quaracchi traen las pruebas del texto crítico, y Sabatier afirmaba: «Se ha hallado recientemente el relato de sus últimas predicaciones y de su fin trágico, por un testigo ocular. Ese documento es tanto más precioso cuanto que confirma las lineas generales de la narración mucho más larga, hecha por barcos de Lisboa». Es una buena versión medieval de las mejores actas martiriales de los primeros siglos del cristianismo, particularmente en esto: con parecido talante, algunos de aquellos mártires azuzaban a las fieras para que los despedazaran, por la urgencia que tenían de rubricar su fe con su sangre.

Por su extensión no lo voy a dar al pie de la letra, pero sí con honesta fidelidad, y tratando de traducirlo al gusto literario de hoy.

Convoca San Francisco a los seis de la suerte y de la muerte, y les dice:

-- Hijitos míos: Dios me ha mandado que os envíe a tierra de sarracenos a predicar y confesar su fe, y a combatir la ley de Mahoma. También yo iré a tierra de infieles en otra dirección y enviaré a otros hermanos hacia las cuatro partes del mundo. Preparaos, hijos, a cumplir la voluntad del Señor.

Los seis inclinan reverentes la cabeza y responden:

-- Estamos dispuestos a obedecerte en todo.

A Francisco le invade el júbilo, al comprobar una sumisión tan pronta, y, con el tono más dulce de su voz, les exhorta a la paz y a la paciencia, al amor y a la humildad, a la castidad y a la pobreza. Y termina su exhortación con estas normas prácticas:

-- Llevad siempre con vosotros la Regla y el breviario. Obedeced en todo al hermano Vidal, como a vuestro hermano mayor. Hijos míos: me gozo en vuestra buena voluntad, y el amor que os tengo me hace amarga la separación. Pero hemos de preferir el mandato de Dios a nuestra voluntad propia. Os suplico que tengáis siempre ante los ojos la Pasión del Señor, y ella os fortalecerá y animará a sufrir vigorosamente por El.

Y, tras una despedida emotiva de lágrimas y abrazos, y con la bendición emocionada del santo Pobrecillo, que ellos reciben conmovidos de rodillas, los seis dejan a sus espaldas la Porciúncula y parten con rumbo a España. A pie, descalzos, sin alforja, mendigos peregrinos de Dios.

                       

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: campitos0 Enviado: 17/01/2015 01:41
Ticiano de Oderzo, Santo

Obispo, 16 de enero


Por: . | Fuente: misa_tridentina.t35.com



Obispo

Martirologio Romano: En la ciudad de Oderzo, en la región de Venecia (hoy Italia), san Ticiano, obispo (s. V).
Ticiano nació en Heraclas, a orillas del mar Adriático. Su educación quedó al cuidado del obispo de Oderzo, Florián, quien le ordenó diácono y le encargo el cuidado de los pobres. Floirán tuvo que ir a tratar un negocio a la corte. Reunió a los fieles de su iglesia y les ordenó elegir otro obispo para el caso de que él no regresara al cabo de un año. Partió y, deseoso de encontrar el martirio, se puso a predicar el Evangelio en otras regiones. No regresó, en efecto, sino al cabo de un año, cuando ya de común acuerdo, los fieles habían elegido a Ticiano como obispo. Este, al conocer el regreso de Florián, fue a suplicarle que volviera a asumir las funciones de su cargo. Pero Florián prefirió retornar a sus misiones evangélicas. 

En cuanto a Ticiano, administró santamente la diócesis y se durmió en el Señor, después de una vida llena de méritos. La sede de Oderzo fue fundada probablemente a fines del siglo IV, lo que colocaría a Ticiano, patrón de la diócesis, en el siglo V. La ciudad fue destruida y la sede se trasladó a Ceneda, en el siglo VIII. Allí se trasladó también el cuerpo de Ticiano, patrono, desde entonces muy venerado, de Ceneda. 

Del martirologio de Usuardo y de otros, el nombre ha pasado al Martirologio Romano en este día.


 
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