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De: campitos0 (Mensaje original) |
Enviado: 01/02/2015 11:38 |
Cuarto Domingo del tiempo ordinario
Deuteronomio 18,15-20. Moisés dijo al pueblo: El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo; lo hará surgir de entre ustedes, de entre tus hermanos, y es a él a quien escucharán. Esto es precisamente lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea, cuando dijiste: "No quiero seguir escuchando la voz del Señor, mi Dios, ni miraré más este gran fuego, porque de lo contrario moriré". Entonces el Señor me dijo: "Lo que acaban de decir está muy bien. Por eso, suscitaré entre sus hermanos un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que yo le ordene. Al que no escuche mis palabras, las que este profeta pronuncie en mi Nombre, yo mismo le pediré cuenta. Y si un profeta se atreve a pronunciar en mi Nombre una palabra que yo no le he ordenado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá".
Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9. ¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva! ¡Lleguemos hasta él dándole gracias, aclamemos con música al Señor!
¡Entren, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque él es nuestro Dios, y nosotros, el pueblo que él apacienta, las ovejas conducidas por su mano.
Ojalá hoy escuchen la voz del Señor: «No endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto, cuando sus padres me tentaron y provocaron, aunque habían visto mis obras.»
Carta I de San Pablo a los Corintios 7,32-35. Hermanos: Yo quiero que ustedes vivan sin inquietudes. El que no tiene mujer se preocupa de las cosas del Señor, buscando cómo agradar al Señor. En cambio, el que tiene mujer se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su mujer, y así su corazón está dividido. También la mujer soltera, lo mismo que la virgen, se preocupa de las cosas del Señor, tratando de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. La mujer casada, en cambio, se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su marido. Les he dicho estas cosas para el bien de ustedes, no para ponerles un obstáculo, sino para que ustedes hagan lo que es más conveniente y se entreguen totalmente al Señor.
Evangelio según San Marcos 1,21-28. Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!". Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
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Comentario: Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala (Sant Hipòlit de Voltregà, Barcelona, España)
¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!
Hoy, Cristo nos dirige su enérgico grito, sin dudas y con autoridad: «Cállate y sal de él» (Mc 1,25). Lo dice a los espíritus malignos que viven en nosotros y que no nos dejan ser libres, tal y como Dios nos ha creado y deseado.
Si te has fijado, los fundadores de las órdenes religiosas, la primera norma que ponen cuando establecen la vida comunitaria, es la del silencio: en una casa donde se tenga que rezar, ha de reinar el silencio y la contemplación. Como reza el adagio: «El bien no hace ruido; el ruido no hace bien». Por esto, Cristo ordena a aquel espíritu maligno que calle, porque su obligación es rendirse ante quien es la Palabra, que «se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14).
Pero es cierto que con la admiración que sentimos ante el Señor, se puede mezclar también un sentimiento de suficiencia, de tal manera que lleguemos a pensar tal como san Agustín decía en las propias confesiones: «Señor, hazme casto, pero todavía no». Y es que la tentación es la de dejar para más tarde la propia conversión, porque ahora no encaja con los propios planes personales.
La llamada al seguimiento radical de Jesucristo, es para el aquí y ahora, para hacer posible su Reino, que se abre paso con dificultad entre nosotros. Él conoce nuestra tibieza, sabe que no nos gastamos decididamente en la opción por el Evangelio, sino que queremos contemporizar, ir tirando, ir viviendo, sin estridencias y sin prisa.
El mal no puede convivir con el bien. La vida santa no permite el pecado. «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro» (Mt 6,24), dice Jesucristo. Refugiémonos en el árbol santo de la Cruz y que su sombra se proyecte sobre nuestra vida, y dejemos que sea Él quien nos conforte, nos haga entender el porqué de nuestra existencia y nos conceda una vida digna de Hijos de Dios.
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