Cuentan que Napoleón amaba mucho a su tropa, y que era un experto en como la manejaba, por eso su ejército lo seguía y confiaba en él plenamente.
En aquel entonces no se hablaba de las relaciones humanas pero las practicaban con gran éxito.
En cierta ocasión, antes de partir a una misión muy peligrosa donde el gran corso sabía que sus hombres iban a perecer ordenó que formaran a su tropa para alentarla e inspeccionarla personalmente.
Imponente, montado en su caballo blanco, Bonaparte empezó su revista.
Queriendo hacerlo en forma muy personal, desmontó y a pie, fue saludándolos uno por uno, deteniéndose aquí y allá.
Monsieur Bouver, qué bueno que cuente con usted.
Le contestó el otro;
Gracias mi General siempre a sus ordenes.
Jean Clair, con su experiencia vamos a triunfar.
Así lo espero Señor.
Llegó al fin ante un muchacho, joven teniente que al verlo, pálido y tembloroso lo saludó.
-¿Está listo? Le preguntó, clavando en él su mirada de águila.
- El joven con voz entrecortada respondió:
- Sí mi General.
El emperador lo miró profundamente y le dijo; Pero estás temblando, ¿tienes miedo?
Sí mi general, pero estoy en mi puesto y ésto es lo que importa.
Nosotros como este joven muchas veces tenemos miedo:
De no saber tomar decisiones.
De no saber que hacer en determinadas situaciones.
A nosotros mismos.
A tantas cosas...
¡SIN EMBARGO ÉSTO NO DEBE AFLIGIRNOS!
No podemos fallar, tenemos un general mucho más grande que Napoleón y a él nos debemos encomendar, ponernos en sus manos sin perder la fe, no importa que estemos asustados, angustiados y con miedo. Lo importante es estar en nuestro puesto, listo para dar la batalla, firmes y a sus ordenes, SEÑOR.
Desconozco su autor
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