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General: SANTORAL DEL JUEVES 9 DE JULIO DEL 2015
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: campitos0  (Mensaje original) Enviado: 09/07/2015 18:23
Santoral 

Verónica Giuliani, Santa
Abadesa, 9 de julio ...


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: campitos0 Enviado: 09/07/2015 18:24
Verónica Giuliani, Santa

Abadesa, 9 de julio


Fuente: Corazones.org 



Abadesa

Martirologio Romano: En Città del Castello, de la Umbría, santa Verónica Giuliani, abadesa de la Orden de las Clarisas Capuchinas, quien, dotada de singulares carismas, participó corporal y espiritualmente de la pasión de Cristo, siendo por ello encerrada y vigilada durante cincuenta días, dando siempre pruebas de admirable paciencia y obediencia (1685).

Etimológicamente: Verónica = Aquella que es la verdadera imagen, es de origen griego y latino,

Breve Biografía

Mientras vivió en casa Giuliani, con su familia, todos la llamaron con el nombre de bautismo, Orsola (ltalianización de Ursula), Más tarde, entrada a los diecisiete años en las capuchinas de clausura, tomará el nombre de Verónica. Será una de las más grandes santas en el firmamento vivo de la Iglesia, resplandeciendo en perfección cristiana, doctrina y carismas. Su luz continúa iluminando el mundo.

Nació el 27 de diciembre de 1660 en Mercatello, un pueblecito tranquilo junto al cual corre límpido el Metauro en tierras de Pésaro. Nos hallamos en las Marcas, Mercatello formaba parte entonces del Estado Pontificio.

La vida de Verónica concluirá en el monasterio de las capuchinas de Cittá di Castello, en la Umbria, el 9 de julio de 1727. Dos fechas y dos lugares bien definidos y, podemos decir, angostos para encerrar la excepcional experiencia de un alma singularmente privilegiada de Dios.

Padre y madre. Una encomienda

El padre, Francisco, es alférez de la guarnición local. La madre, Benedetta Mancini, es una mujer de casa, de profundos sentimientos religiosos. De su unión nacen siete niñas, de las cuales dos no sobreviven. Las cinco hijas quedan huérfanas de madre cuando ésta no cuenta más de cuarenta años. Antes de morir, Benedetta las reúne en torno a su cama y las encomienda a las cinco llagas del Señor. A Orsola, pequeña de siete años, le tocó en suerte la llaga del costado. Será su camino, por toda la vida, hasta el punto de fundirse con el Corazón de su Esposo, Jesús.

Infancia de predilección

La pequeña Orsola, desde los primeros meses de vida, se comporta de un modo singular.

Los ojos vivaces de la niña van en busca de las imágenes sagradas, que adornan profusamente la casa Guillan. Ella misma explicará un día en su diario: "Todavía no andaba, pero cuando veía las imágenes donde estaba pintada la Virgen santísima con el Niño en brazos, yo me agitaba hasta que me acercaban a ellas para poder darles un beso. Esto lo hice varias veces. Una vez me pareció ver al Niño como criatura viviente que me extendía la mano; y me acuerdo que me quedó tan al vivo este hecho que, dondequiera que me llevaban, miraba por si podía ver a aquel niño".

Contaba aún pocos meses cuando, el 12 de junio de 1661, día en que caía la fiesta de la Santísima Trinidad, de improviso la pequeña Orsola se deslizó de los brazos de su madre y se puso a caminar dirigiéndose hacia un cuadro que representaba el misterio de la Trinidad divina.

Ante una imagen de la Virgen con Jesús en brazos, Jesús y Orsola entablan coloquios infantiles: ¡Yo soy tuya y tú eres todo para mí..." Y el divino infante responde: - ¡Yo soy para ti y tú toda para mí!

"Me parecía a veces que aquellas figuras no fueran pintadas como eran, sino que, tanto la Madre como el Hijo, yo los veía presentes como criaturas vivientes, tan hermosas que me consumía de ganas de abrazarlas y besarlas".

"Yo soy la verdadera flor"

Todavía una experiencia en su maravilloso mundo infantil, Refiere: "Paréceme que, de tres o cuatro años, estando una mañana en el huerto entretenida gustosamente en coger flores, me pareció ver visiblemente al niño Jesús que cogía las flores conmigo; me fui hacia el divino Niño para tomarlo, y me pareció que me decía:

- Yo soy la verdadera flor.

Y desapareció. Todo esto me dejó cierta luz para no buscar ya más gusto en las cosas momentáneas; me hallaba toda centrada en el divino Niño. Se me había quedado tan fijo en la mente, que andaba como loca sin darme cuenta de lo que hacía. Corría de un lado para otro por ver si lograba encontrarlo. Y recuerdo que mi madre y mis hermanas trataban de detenerme para que estuviese quieta y me decían:

- ¿ Qué te pasa?, ¿estás loca?

Yo me reía y no decía nada; y sentía que no podía estar quieta. Me paraba y luego volvía al huerto para ver si volvía. Todo mí pensamiento estaba fijo en el niño Jesús.

Todos me llamaban "fuego"

Orsola posee un carácter vivaz y ardoroso. La madre le decía: "Tú eres aquel fuego que yo sentía en mis entrañas cuando aún estabas en mi vientre". Y Verónica recuerda: "En casa todos me llamaban "Fuego",y precisa: "De todos los daños que ocurrían en casa era yo la causa". Pero reconoce con sinceridad: "Todos me querían mucho".

Llena de vida y de creatividad, expresa la riqueza de sus sentimientos religiosos en gestos concretos, casi plásticos, de los que transpiran fuertes emociones.

Así será también de mayor.

ADOLESCENCIA - JUVENTUD EN CRISTO

El encuentro con Jesús Eucarístico: la primera Comunión


Cuando el padre de Orsola se trasladó a Piacenza, en calidad de jefe de aduanas del duque de Parma, fueron a vivir con él también sus hijas y, de 1669 a 1672, permanecieron por tres años en aquella ciudad.
Orsola tenía entonces sólo nueve años. Su más grande deseo era recibir a Jesús en la santa Comunión.
El Señor la atraía con gracias especiales. Ya de pequeña, cuando por primera vez, hacia los dos años, su mamá la llevó a la iglesia para tomar parte en la Misa, la niña había gozado de una extraordinaria manifestación, que recuerda en estos términos: "Yo vi al niño Jesús y traté de correr hacia el sacerdote, pero nuestra madre me detuvo".

Cada vez que su madre o sus hermanas comulgaban, ella gustaba de ponerse junto a ellas, y dice que le "parecían entonces más bellas de rostro".

Finalmente el 2 de febrero de 1670 se acercó por vez primera al banquete Eucarístico. Refiere: "Recuerdo que la noche antes no pude dormir ni un momento. A cada instante pensaba que el Señor iba a venir a mí. Y pensaba qué le iba a pedir cuando viniese, qué le iba a ofrecer. Hice el propósito de hacerte -el don de toda mí misma; de pedirle su santo amor, para amarle y para hacer su voluntad divina.

Cuando fui a comulgar por primera vez, paréceme que en aquel momento quedé fuera de mí. Paréceme recordar que, al tomar la sagrada Hostia, sentí un calor tan grande que me encendió toda. Especialmente en el corazón sentía como quemárseme y no volvía en mí misma ."

Un deseo
Desde la edad de nueve años Orsola nutría un vivo deseo de consagrarse al Señor. "A medida que crecía en edad, mayores ansias me venían de ser religiosa. Lo decía, pero no había nadie que me creyera; todos me llevaban la contraria. Sobre todo mi padre, el cual hasta lloraba y me decía absolutamente que no quería; y, para quitarme de la cabeza semejante pensamiento, con mucha frecuencia llevaba a otros señores a casa y luego me llamaba en presencia de ellos; me prometía toda clase de entretenimientos".

El conflicto espiritual y psicológico entre la jovencita atraída por el amor de Jesús y la resistencia provocada por la ternura del padre, que no quería separarse de la hija, duró largo tiempo. Orsola no logró el permiso paterno para entrar en el monasterio hasta los diecisiete años.

Destinada a Otro
Pero el corazón estaba ya entregado al Esposo divino.
Ella misma refiere de aquella edad juvenil: "En la casa había un joven pariente nuestro que me hacía mucho daño, si bien creo que provenía de mi poca virtud y poca mortificación. La verdad es que no me dejaba vivir en paz. Me llevaba al huerto a pasear con él mientras me hablaba de mil cosas del mundo; me traía recados ora de uno ora de otro, y me iba diciendo que estos tales querían casarse conmigo. Yo a veces le decía muy enfadada:

¡Si no te callas me marcho! Deja de traerme tales embajadas, porque yo no conozco a ninguno y no quiero a ninguno. Mi esposo es Jesús: a El sólo quiero, El es mío.

Algunas veces me traía un ramo de flores: yo no quería ni siquiera tocarlo y lo hacía tirar por la ventana".

LLAMAMIENTO ESPECIAL

En las Capuchinas


Vuelta a Mercatello en 1672, Orsola ha sido con fiada por su padre, que sigue en Piacenza, al tío Rasi. Las órdenes que éste ha recibido de él son bien precisas: conceder la entrada en el convento a las hijas mayores, pero hacer desistir absolutamente a la predilecta de su propósito de vida consagrada.

La jovencita, contrariada en su más viva aspiración, sufre aun físicamente por esta causa y desmejora. La noticia llega al padre, el cual finalmente da su beneplácito. Orsola salta de alegría y en breve tiempo recobra el vigor.

Tres monasterios de la zona habrían podido recibirla. Los lugares eran: Mercatello, Sant´Angelo en Vado y Cittá di Castello. Este era de clarisas capuchinas. De ellas se hablaba con veneración por su grande austeridad. Y hacia ellas se sentía fuertemente atraída.

No era fácil para ella hallar una ocasión para ir a Cittá di Castello y, sobre todo, para ser recibida entre las hermanas de aquella comunidad. Pero la providencia dispuso las cosas de modo que pudiese realizar aquel viaje y que la autoridad eclesiástica fuese benévola con ella. En efecto, mientras la joven Orsola conversaba en el monasterio de las capuchinas, llegó monseñor Giuseppe Sebastiani, el santo obispo de la ciudad, que quiso examinar a la candidata a la vida religiosa. Orsola superó la prueba respondiendo con fe viva a cada una de las preguntas y, con la ayuda del Señor, logró leer con facilidad - ante los ojos maravillados del tío Ras - las páginas del breviario escrito en latín.

Arrodillada ante el obispo, Orsola Giuliani pidió entonces con fervor la gracia de entrar en las capuchinas. Tan ardorosa fue su petición, que el obispo se sintió inspirado de conceder al punto el documento con el cual él mismo invitaba a las monjas a acoger a la postulante.

La joven fue inmediatamente a dar gracias a Jesús en la iglesita del monasterio. Mientras esperaba allí a que la superiora la llamase, ya el Señor la había arrebatado en éxtasis. Y hubo que aguardar a que "recobrase los sentidos".

Recuerdos de Verónica

Vestida con el pesado sayal color marrón de las capuchinas, se llamará con otro nombre: ya no Orsola, sino Verónica. Un nombre programa: el de la mujer que, durante la Pasión, conforta y enjuga el rostro de Jesús.

La suya será una vocación para la cruz, el camino por el cual había sido llamada desde la más tierna edad.
Sor Verónica recuerda que, desde niña, anhelaba imitar los padecimientos de los santos cuyas vidas oía leer en casa.

Para imitar a los mártires, sometidos al tormento del fuego, una vez se le ocurrió tomar brasas en sus tiernas manos. Refiere: "Una mano se me abrasó toda y, si no me llegan a quitar el fuego, ya se asaba. En aquel momento ni siquiera sentí el dolor de la quemazón, porque estaba fuera de mí por el gozo. Pero luego sentí el dolor; los dedos se habían contraído. Mis ojos lloraban, pero yo no me acuerdo haber derramado ni una lágrima".

En otra ocasión se las arreglará para que, en el momento que una de sus hermanas va a cerrar la puerta de un cuarto, pueda quedar su manita aplastada contra el marco: tal era su deseo de sufrir, para imitar en esto a santa Rosa de Lima que, de niña, se había sometido a un tormento semejante. Fue llamado al punto el médico, con grande disgusto de Orsola, que hubiera querido soportarlo todo sin los gritos de las hermanas espantadas y sin las curas necesarias.

A la edad en que comúnmente se atribuye a los niños apenas el uso de la razón, Jesús reserva para ella extraordinarias enseñanzas con visiones particulares.

"Cuando tenía unos siete años - escribe Verónica - me parece que por dos veces vi al Señor todo llagado; me dijo que fuese devota de su Pasión y en seguida desapareció. Esto sucedió por la Semana Santa. Me quedó todo tan grabado que no me acuerdo haberlo olvidado nunca.

"La segunda vez que se me apareció el Señor llagado de la misma manera me dejó tan impresas en el corazón sus penas, que no pensaba yo en otra cosa".





Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: campitos0 Enviado: 09/07/2015 18:25
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá
Patrona de Colombia, 9 de julio


Por: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid 



Patrona de Colombia

Durante siglos, el pueblo colombiano da gloria a Dios por medio de su Madre la Santísima Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chinquinquirá. 

Es este uno de los más importantes y frecuentados santuarios de Colombia. La Virgen está representada en un lienzo, con el Niño en brazos y, como parece lógico, con el Santo Rosario en la mano.


La tradición nos cuenta que hace cuatro siglos don Antonio de Santana, encomendero de los pueblos de Suta y Chiquinquirá, solicitó al español Alonso de Narváez (h. 1560) que pintara una imagen de la Virgen del Rosario, para colocarla en una pequeña capilla. 

La pintura fue realizada sobre una tela de algodón de procedencia indígena, media 44 pulgadas de alto por 49 de ancho, Alonso de Narváez usó colores al temple, realizó una imagen de la Virgen del Rosario con el Niño Jesús, y a los lados puso al Apóstol San Andrés y a San Antonio de Padua. 

El cuadro fue ubicado en la capilla que poseía don Antonio en sus aposentos de Suta, estuvo allí durante más de una década, pero la capilla tenía el techo de paja, lo que provoco que la humedad deteriorara la pintura hasta dejarla completamente borrosa. 

Tras la muerte de Santana, su viuda, se trasladó a Chiquinquirá, hacia el año 1577-78. La imagen fue llevada a ese lugar, pero se encontraba en tan mal estado que fue abandonada en un cuarto, habitación que tiempo atrás había sido usada como oratorio.

Al comenzar el año 1586, se estableció en Chiquinquirá, una piadosa mujer, María Ramos, nacida en Sevilla (España), la señora reparó el viejo oratorio y colgó en el mejor lugar de la capilla, la deteriorada pintura de la Virgen del Rosario. 

El día 26 de diciembre de 1586, María salía de la capilla, cuando pasó frente a ella una mujer indígena llamada Isabel y su pequeño hijo. En ese momento Isabel grito a María "mire, mire Señora..." Ella dirigió la mirada hacia la pintura, la imagen aparecía rodeada de vivos resplandores, prodigiosamente los colores y su brillo original habían reaparecido, los rasguños y agujeros de la tela habían desaparecido. Con tan maravilloso suceso se inició la devoción a Nuestra Señora de Chiquinquirá.


 
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