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General: Santoral de hoy Jueves 20 de Agosto del 2015
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De: campitos0 (Mensaje original) |
Enviado: 20/08/2015 20:29 |
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Bernardo, Santo
Doctor de la Iglesia, 20 de agosto Fuente: Centro de Espiritualidad Santa Maria
Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: Memoria de san Bernardo, abad y doctor de la Iglesia, el cual, habiendo ingresado con treinta compañeros en el nuevo monasterio del Cister, fue después fundador y primer abad del monasterio de Clairvaux (Claraval), dirigiendo sabiamente a los monjes por el camino de los mandamientos del Señor, con su vida, su doctrina y su ejemplo. Recorrió una y otra vez Europa para restablecer la paz y la unidad e iluminó a la Iglesia con sus escritos y sabios consejos, hasta que descansó en el Señor cerca de Langres, en Francia (1153).
Etimológicamente: Bernardo = corazón de oro. Viene de la lengua alemana
Fecha de canonización: Fue canonizado el año 1170 por el papa Alejandro III, y posteriormente el papa Pío VIII lo proclamó Doctor de la Iglesia.
Breve Biografía
En orden cronológico, o sea en cuanto al tiempo, San Bernardo es el último de los llamados Padres de la Iglesia. Pero en importancia es uno de los que más han influido en el pensamiento católico en todo el mundo.
Nace en Borgoña, Francia (cerca de Suiza) en el año 1090. Sus padres tuvieron siete hijos y a todos los formaron estrictamente haciéndoles aprender el latín, la literatura y, muy bien aprendida, la religión.
La familia que se fue con Cristo
Esta familia ha sido un caso único en la historia. Cuando Bernardo se fue de religioso, se llevó consigo a sus 4 hermanos varones, y un tío, dejando a su hermana a que cuidará al papá (la mamá ya había muerto) y el hermanito menor para que administrara las posesiones que tenían. Dicen que cuando llamaron al menor para anuanciarle que ellos se iban de religiosos, el muchacho les respondió: "¡Ajá! ¿Conque ustedes se van a ganarse el cielo, y a mí me dejan aquí unicamente en la tierra? Esto no lo puedo aceptar". Y un tiempo después, también él se fue de religioso. Y más tarde llegaron además al convento el papá y el esposo de la hermana (y ella también se fué de monja). Casos como este son más únicos que raros.
La personalidad de Bernardo
Pocos individuos han tenido una personalidad tan impactante y atrayente, como San Bernardo. El poseía todas las ventajas y cualidades que pueden hacer amable y simpático a un joven. Inteligencia viva y brillante. Temperamento bondadoso y alegre, se ganaba la simpatía de cuantos trataban con él. Esto y su físico lleno de vigor y lozanía era ocasión de graves peligros para su castidad y santidad. Por eso durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano y lo sensual. Pero todo esto lo llenaba de desilusiones. Las amistades mundanas por más atractivas y brillantes que fueran lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más y más desilusionado del mundo y de sus placeres.
A mal grave, remedio terrible
Como sus pasiones sexuales lo atacaban violentamente, una noche se revolcó entre el hielo hasta quedar casi congelado. Y el tremendo remedio le trajo mucha paz.
Una visión cambia su rumbo: una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en el templo se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía al Niñito Santo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse a la religión y al apostolado.
Un hombre que arrastra con todo lo que encuentra
Bernardo se fue al convento de monjes benedictinos llamado Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban, lo aceptó con gran alegría pues, en aquel convento, hacía 15 años que no llegaban religiosos nuevos.
Bernardo volvió a su familia a contar la noticia y todos se opusieron. Los amigos le decían que esto era desperdiciar una gran personalidad para irse a sepultarse vivo en un convento. La familia no aceptaba de ninguna manera.
Pero aquí sí que apareció el poder tan sorprendente que este hombre tenía para convencer a los demás e influir en ellos y ganarse su voluntad. Empezó a hablar tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y casi a todos los jóvenes de los alrededores, y junto con 31 compañeros llegó al convento de los Cistercienses a pedir ser admitidos de religiosos. Pero antes en su finca los había preparado a todos por varias semanas, entrenándolos acerca del modo como debían comportarse para ser unos fervorosos religiosos. En el año 1112, a la edad de 22 años, se fue de religioso al convento.
El papá, el hermano Nirvardo, el cuñado y la hermana, ya irán llegando uno por uno a pedir ser recibidos como religiosos.
Formidable poder de atracción. En toda la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a las comunidades religiosas, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el santo, porque lo mas probable era que se iría de religioso. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas de la vida en un convento, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 conventos para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el cazador de almas y vocaciones". Con su apostolado consiguió que 900 monjes hicieran profesión religiosa.
Fundador de Claraval. En el convento del Císter demostró tales cualidades de líder y de santo, que a los 25 años (con sólo tres de religioso) fue enviado como superior a fundar un nuevo convento. Escogió un sitio sumamente árido y lleno de bosques donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa valle muy claro, ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día.
Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros a los pocos años tenía 130 religiosos; de este convento de Claraval salieron monjes a fundar otros 63 conventos.
La oratoria de santo. Después de San Juan Crisóstomo y de San Agustín, es difícil encontrar otro orador católico que haya obtenido tantos éxitos en su predicación como San Bernardo. Lo llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor melífluo) porque sus palabras en la predicación eran una verdadera golosina llena de sabrosura, para los que la escuchaban. Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.
Su amor a la Virgen Santísima.
Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios, necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo, porque entre todos los predicadores católicos quizás ninguno ha hablado con más cariño y emoción acerca de la Virgen Santísima que este gran santo. Él fue quien compuso aquellas últimas palabras de la Salve: "Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María". Y repetía la bella oración que dice: "Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir".
El pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz sonora e impresionante. "Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial". Sus bellísimos sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y gran provecho.
Viajero incansable. El más profundo deseo de San Bernardo era permanecer en su convento dedicado a la oración y a la meditación. Pero el Sumo Pontífice, los obispos, los pueblos y los gobernantes le pedían continuamente que fuera a ayudarles, y él estaba siempre pronto a prestar su ayuda donde quiera que pudiera ser útil. Con una salud sumamente débil (porque los primeros años de religioso, por imprudente, se dedicó a hacer demasiadas penitencias y se le daño la digestión) recorrió toda Europa poniendo la paz donde había guerras, deteniendo fuertemente las herejías, corrigiendo errores, animando desanimados y hasta reuniendo ejércitos para defender la santa religión católica. Era el árbitro aceptado por todos.
Exclamaba: A veces no me dejan tiempo durante el día ni siquiera para dedicarme a meditar. Pero estas gentes están tan necesitadas y sienten tanta paz cuando se les habla, que es necesario atenderlas (ya en las noches pararía luego sus horas dedicado a la oración y a la meditación).
De carbonero a Pontífice. Un hombre muy bien preparado le pidió que lo recibiera en su monasterio de Claraval. Para probar su virtud lo dedicó las primeras semanas a transportar carbón, y el otro lo hizo de muy buena voluntad. Después llegó a ser un excelente monje, y más tarde fue nombrado Sumo Pontífice: Eugenio III. El santo le escribió un famoso libro llamado "De consideratione", en el cual propone una serie de consejos importantísimos para que los que están en puestos elevados no vayan a cometer el gravísimo error de dedicarse solamente a actividades exteriores descuidando la oración y la meditación. Y llegó a decirle: "Malditas serán dichas ocupaciones, si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración y a la meditación".
Despedida gozosa. Después de haber llegado a ser el hombre más famoso de Europa en su tiempo y de haber conseguido varios milagros (como por ej. Hacer hablar a un mudo, el cual confesó muchos pecados que tenía sin perdonar) y después de haber llenado varios países de monasterios con religiosos fervorosos, ante la petición de sus discípulos para que pidiera a Dios la gracia de seguir viviendo otros años más, exclamaba: "Mi gran deseo es ir a ver a Dios y a estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca". Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles, y se lo llevó a sus eternidad feliz el 20 de agosto del año 1153. Solamente tenía 63 años pero había trabajado como si tuviera más de cien. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.
¡Felicidades quienes lleven este nombre!
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Filiberto de Jumièges, Santo
Abad, 20 de agosto Por: . | Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
AbadMartirologio Romano: En el monasterio de Noirmoutier, en la isla de Hero, en la costa de Aquitania, san Filiberto, abad, que, educado en la corte del rey Dagoberto, y todavía adolescente, se hizo monje. Fundó y dirigió primeramente el cenobio de Jumièges y después el de Hero (c. 684).
Fecha de canonización: Fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, por lo que su culto fue aprobado por un obispo como consecuencia de la devoción popular.San Filiberto nació en Eauze en Gascogne (Francia), en 617 o 618. Era hijo de Filibaud, conde y obispo de Vic o de Aire en Gers. A los diez y seis años, partió para la corte de Dagoberto, donde fue colocado entre los "pajes". Allí recibió una educación palaciega y se relacionó con Dadon, el futuro obispo de Rouen, al que se le conoce mejor como San Ouen. Después de cuatro años de formación al lado de Dagoberto, podría haber accedido a un cargo real importante que le hubiera asegurado un sobresaliente porvenir social, pero Filiberto no es hombre de contentarse con una herencia de facilidades debidas a su nacimiento. Rechaza entonces las comodidades y abandona los fastos de la corte. Al enterarse de que San Aile, llegado de la Abadía de Luxeuil, acaba de fundar la de Rebais, cerca de Meaux, se decide: en 636, entra como novicio en el monasterio de Rebais. Allí empieza a estudiar las nuevas reglas religiosas que el fundador ha traído de sus numerosos viajes. Después de un aprendizaje de catorce años, se convierte en el segundo abad de Rebais. Filiberto intenta imponer las rigurosas reformas de disciplina religiosa en el monasterio, en donde el fervor de los monjes le parece demasiado superficial. Pero los monjes hostiles a las reformas, que son la mayoría, lo echan. Esta primera experiencia le resulta sumamente dolorosa. Más que culpar a los monjes rebeldes, se achaca a sí mismo el no haber sabido infundir en ellos una piedad profunda. Decide entonces averiguar de qué forma es infundida y aplicada en los diferentes conventos. Para preparar su viaje, va primero a Luxeuil. Quiere estudiar la regla de San Colomban, no por el placer de conocerla, sino para comprender cómo pueden ser aplicados sus preceptos. Es en Italia, en los Apeninos, en la Abadía de Bobbio, en donde se sigue la regla de San Colomban. Su desición es firme: debe ir allí con toda urgencia. Nada podrá apartar al infatigable peregrino que desea ver practicar la doctrina fiel a la idea que él tiene sobre la religión. Después de ese periplo transalpino, vuelve a Francia y visita numerosos monasterios que siguen la regla de San Benito. Entre las experiencias vividas por otros, busca una nueva forma de regir y administrar la congregación benedictina que proyecta fundar. Espera así superar el doloroso fracaso sufrido en la abadía de Rebais. Habiendo hecho suyos los principios benedictinos, y viviendo en armonía con la ascética que éstas sustentan, finalmente se siente listo para cumplir la misión que se ha propuesto. En ese estado de espíritu llega a Neustrie (la actual Normandía). No es la casualidad que ha guiado sus pasos hasta allí. En efecto, San Ouen, que se ha convertido en el obispo de Rouen el 13 de mayo de 641, invita al monje a demostrar los talentos que ha adquirido en el curso de su periplo de estudio. Quiere, por ese medio, juzgar los conocimientos de Filiberto y su capacidad para ponerlos en práctica. San Ouen sabe que los ríos favorecen eventuales invasiones si no están estrechamente vigilados. No existía muralla ni ninguna otra protección real en el río Sena, entre Caudebec y Rouen, y San Ouen, quiere seguridad. Igualmente se interesa por las poblaciones rurales. Busca cristianizarlas y civilizarlas, como así también convertirlas en potenciales defensoras de su obispado. Clovis II y la reina Bathilde han concedido a San Ouen un dominio sobre el que se encuentran Jumièges en la orilla derecha del Sena. En 647, San Wandrille había establecido allí el monasterio de Fontenelle. En 654, le concede a Filiberto el dominio de Jumièges, que es una isla casi en estado salvaje, sobre la que se extiende un gran bosque situado en un promontorio de malezas podridas y malsanas regadas por aguas irregulares de diferentes brazos del Sena. Filiberto acepta el poco tentador ofrecimiento de San Ouen. Sabe que tendrá que gastar sus energías para rescatar esa tierra inculta, pero él no le huye al trabajo. Durante sus numerosos viajes por las diferentes abadías ha encontrado monjes constructores y participó en distintos desmontes de campos. Su austero carácter se adapta también al trabajo rústico, que lleva a cabo con el mismo fervor que emplea para orar. Los resultados de su labor no deben ser inferiores a los de San Wandrille. Lo primero que debe hacer es encontrar mano de obra. Frecuentemente se ha enfrentado a la dificultad de dirigir hombres para que lleven a cabo obras que los sobrepasan. Resuelve buscar la mano de obra que necesita entre la gente del lugar. Sabe que es inútil tentarlos ofreciéndoles montes y maravillas, pero quiere inculcarles que el trabajo es lo único que saben hacer, y que al mismo tiempo, es su única riqueza. En esa época, las condiciones de vida de las poblaciones rurales son extremadamente difíciles y precarias. Filiberto debe convencer a los autóctonos para que lo ayuden a construir su monasterio a cambio de la protección que él puede darles. Con ese propósito que en la isla él es el representante del rey y del obispo que tienen todos los poderes sobre ellos. Sin arriesgarse a decepcionarlos, puede convencerlos de que él posee los medios para conducirlos a la autarcía frente a los dirigentes del lugar. Sin embargo, debe persuadir para poder regir y administrar Jumièges a su modo. El obispo acepta, pues el proyecto del monje le parece totalmente utópico y, sobre todo, las tierras son tan pobres que no le proporcionan ninguna utilidad. Para obtener la confianza de la gente del lugar, Filiberto debe demostrar que es capaz de vivir como ellos y de integrarse a su comunidad. Filiberto ya ha conseguido la parte más difícil. No le resta más que llevar a cabo su proyecto concebido y elaborado a través de sus tribulaciones monásticas. Tiene treinta y siete años y ha madurado. Frecuentemente recorre sus dominios para entrar más aún en contacto con la gente y hacer relevamientos llevar a buen término su programa. Decide primero construir tres capillas sobre las ruinas de un antiguo La primera la dedicará a Nuestra Señora, la segunda a San Pedro y la tercera a San Denis y a San Germán. Además de la mano de obra local, de la que ahora puede disponer, pide y obtiene el apoyo de algunos monjes de Luxeuil. En pocos meses la construcción rudimentaria y austera del monasterio, es llevada a cabo. Está situada a ciento cincuenta metros del Sena, sobre un brazo muerto que lo protege de las crecientes. La elección de ese emplazamiento le permitirá construir un puerto al abrigo de los eternos desbordes del río. Todos los días, los pobladores lo ven trabajar duramente, desde la mañana a la noche. Otros hecho los van a impresionar aún más. En efecto, Filiberto no tarda en adquirir la reputación de monje "sanador". La primera vida de Filiberto, escrita alrededor de un siglo después de su muerte, revela que nuestro santo curaba las afecciones intestinales. Sobre un brazo muerto del Sena, construye el Puerto Jumièges. El monasterio recibe los derechos de pasaje de todos los barcos que navegan por allí. Lo más frecuente, es que les cobre en especies, según la carga. Esto le permite acumular provisiones. Construye una escuela para los habitantes de la región. El piadoso monje, asceta, piadoso, austero y generoso, atrae a numerosos monjes que no encuentran su vocación religiosa en la vida desarreglada casi disoluta que reina en la mayoría de los conventos. Filiberto es la respuesta que esperaban a los votos que han pronunciado. Varios centenares de monjes pueblan esta comunidad. Sin embargo, este éxito excepcional crea envidias. En 676, Filiberto entra en conflicto con el maestro del palacio, Ebroino, que después de un exilio en Luxeuil, había reaparecido en la escena política. Ebroino prefiere no enfrentarse directamente con Filiberto y se dirige a Audoeno, que accede a poner al abad de Jumièges bajo vigilancia. Recuperando pronto la libertad, Filiberto no puede aún reintegrarse a Jumièges y se va entonces a Poitiers, cerca del obispo Ansoaldo, quien lo anima en su apostolado. Empezó con la restauración del monasterio de Quincay a nueve kilómetros de Poitiers; después Ansoaldo, que no deseaba tenerlo muy cerca de su ciudad episcopal, le concede la isla de la isla de Her o Herio, para establecer un monasterio, El primitivo nombre del mismo: Hermoutier (Herimonasterium) fue más tarde transformado en Noirmoutier. Algunos monjes de Jumièges vinieron a poblar esta nueva abadía que además de convertirse en un foco apostólico, lo fue también económico, pues Filiberto enseñó a los habitantes de la costa a preparar salinas. Después de la muerte de Ebroino (683) y de la de San Audoeno (684), Filiberto pudo volver a Jùmièges. Los monjes, la mayor parte de los cuales le habían permanecido fieles, lo acogieron triunfalmente; el nuevo maestro de palacio, Varatone, le ofreció una propiedad en Montivilliers, cerca de Le Havre, para establecer a sus monjes. Filiberto no pasó, pues, más que unos pocos meses en Jumièges: tenía prisa por volver a ver su nueva abadía de Noirmoutier; pasando por Quincay, nombró a Acardo, superior del monasterio, abad de Jumièges. Regresando finalmente a Noirmoutier, murió en paz el 20 agosto, de 685 o más probablemente en uno de los años siguientes, dejando el recuerdo de una figura de abad enérgico y emprendedor. Sus restos fueron inhumados en Noirmoutier. En 836 los monjes, temiendo las incursiones de los Normandos, transportaron su cuerpo a la propiedad de Déas, hoy Saint-Philibert-de-Grand-Lieu, a veinticinco kilómetros al sudoeste de Nantes, donde para ponerlo, se construyó que aún existe. Pero los Normandos al poco tiempo cayeron sobre el continente, y los monjes, para proteger el cuerpo de su fundador de cualquier profanación, lo transportaron primero al monasterio de Cunault en Anjou (858), después a Messay en el Poitou (862), a Saint-Pourcain-sur-Sioule en el Allier (872), y finalmente a Tournus (Saone-et-Loire), donde llegó el 14 de mayo de 875. Esta peregrinación, acompañada por milagros, contribuyó a difundir el nombre y el culto de Filiberto por Normandía y por Poitou hasta Borgogna, donde la iglesia de Tournus y de Charlieu, y una iglesia de Digione, llevan su nombre. Trece comunas de Francia también llevan su nombre bajo la forma de Philbert o Philibert. ¡Felicidades a quien lleve este nombre!
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