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General: SANTORAL DE HOY VIERNES 13 DE NOVIEMBRE DEL 2015
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: campitos0  (Mensaje original) Enviado: 14/11/2015 21:58
Santoral 

Diego de Alcalá, Santo
Franciscano, 13 de noviembre ...


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: campitos0 Enviado: 14/11/2015 21:58
Diego de Alcalá, Santo

Franciscano, 13 de noviembre


Por: Andrés- Avelino Esteban Romero | Fuente: Franciscanos.org 



Empezamos esta breve silueta hagiográfica reparando una, no por lo generalizada menos digna de ser reparada, injusticia en la denominación del santoral español al designar a San Diego con el toponímico de Alcalá de Henares, en lugar del nombre de la villa de San Nicolás del Puerto, en la provincia de Sevilla.

Insignificante por su demografía, es la villa de San Nicolás del Puerto uno de los lugares más típicos y pintorescos de la provincia andaluza. Se halla situado al norte de la misma, en pleno complejo montañoso, con gran riqueza hidráulica, que dan a sus alrededores extensas zonas cultivadas y amplias alamedas. Su altitud y arboledas hacen del lugar un oasis en la canícula sevillana.

San Nicolás, en su insignificancia demográfica y urbanística, tiene un lugar en la historia por el mejor de los títulos que dan entrada en ella, por haber sido cuna de uno de los hombres que figuran en el santoral de la Iglesia católica. Hacia fines del siglo XIV, sin que sea posible concretar más la fecha, nació de humilde familia pueblerina el niño que había de llevar junto a su nombre en documentos reales y bulas pontificias el nombre del lugar que le vio nacer: San Diego de San Nicolás. El hecho al que hemos aludido al comienzo de estas líneas de que se le designe como San Diego de Alcalá no tiene más explicación que el haber sido la ciudad complutense su última residencia terrenal, lugar de su sepulcro hasta el presente, y que sus numerosos milagros hicieron bien pronto célebre en toda España. Pero tanto las historias primitivas del Santo como la bula de canonización expedida por Sixto V, no conocen otro lugar de referencia que San Nicolás. La tradición lugareña ha conservado ininterrumpidamente hasta el día de hoy la casa de su nacimiento. La devoción de sus paisanos, cobijados bajo su celestial patronato, respalda la designación del lugar de su nacimiento. El Santoral Hispalense, de Alonso Morgado, el más documentado elenco hagiográfico de santos sevillanos, así lo reconoce. Es, pues, de justicia devolver al humilde pueblo sevillano el mejor título de su historia, máxime cuando la ciudad complutense tiene tantos otros de rango universitario y literario que la encumbran en España.

Muy poco se sabe de sus primeros años.

La más segura de sus biografías, debida a la pluma de don Francisco Peña, abogado y promotor en Roma de la causa de canonización del Santo, y que debió, por lo mismo, poseer los mejores datos en torno a la vida de Diego, así lo reconoce. Don Cristóbal Moreno, traductor en el siglo XVI al castellano de la obra latina de Peña, también hace constar esta insuficiencia de datos sobre la niñez y primeros años de San Diego. Y hasta la Historia del glorioso San Diego de San Nicolás, escrita por el que fue guardián del convento de Santa María de Jesús, de Alcalá de Henares, donde vivió y murió el Santo, se concreta para esta época de la vida de Diego a las anteriores biografías de Peña y Moreno. La Historia de Rojo, el guardián complutense, aparecida en 1663, sesenta años después de la muerte de Moreno y a un siglo de distancia de la obra latina de Peña, no pudo ampliar con nuevos datos, como parecería lógico por haber vivido en el mismo convento de San Diego, lo que la bula y anteriores hagiógrafos nos comunican. Alonso Morgado tampoco nos enriquece el conocimiento de la niñez de Diego con aportaciones que llenen el vacío de sus primeros años.

Deseosos de que esta silueta hagiográfica responda a la más estricta seriedad documental, tanto más exigida cuanto San Diego llegó a ser un taumaturgo popular en sus tiempos y en la España de los siglos de oro, nos vamos a dedicar tan sólo a destacar dos aspectos de su vida: sus itinerarios y las características de su santidad, tal como aparecen aquéllas en la bula de canonización.

San Diego, nacido en el más pequeño lugar de la provincia de Sevilla, fue sin duda uno de los hombres de su tiempo y condición que más viajó. Podríamos trazar la línea de su constante andar con un gráfico que va de San Nicolás al cielo, pasando por Sevilla, Córdoba, las Islas Canarias, Roma y Castilla, rindiendo viaje en Alcalá de Henares, para saltar desde la gloria del sepulcro a los altares. En el polvo de sus sandalias quedaron adheridas y mezcladas tierras de innumerables caminos de España y Francia e Italia.

De San Nicolás pasa a un lugar cercano a la villa para ponerse bajo la dirección espiritual de un santo sacerdote ermitaño, el primero que cultiva sus ansias generosas de total entrega de servicio a Dios. De allí, confirmada su voluntad de consagración al Señor, se traslada a Arrizafa, cerca de Córdoba, en cuyo convento profesa como fraile lego en los Menores de la observancia franciscana. Desde este lugar comienza su itinerario limosnero y misional por incontables pueblos de Córdoba, Sevilla y Cádiz, dejando detrás de su paso una estela de caridad y milagros que aún pervive en las tradiciones lugareñas de no pocos de esos pueblos.

Pero el humilde fraile de «tierra adentro» había de enfrentarse, en su constante caminar, con las rutas del «mar océano», empresa en aquellos tiempos ni corta ni común. Las Islas Canarias, especialmente Fuerteventura, son ahora la meta de su itinerario misionero en calidad de guardián, para lo que fue designado hacia el año 1449. Su paso por las Islas Afortunadas quedó también marcado por obras maravillosas de apostolado y de caridad. Vuelto a la Península hacia el año 1450, en ocasión del jubileo universal proclamado por la santidad de Nicolás V, su piedad mueve sus pies camino de Roma para lucrar las gracias de aquel jubileo. Después de varios meses de peregrinar llega a la Ciudad Eterna al tiempo de la canonización de San Bernardino de Sena, cuyo acontecimiento, al congregar en Roma varios miles de religiosos franciscanos, había de ofrecer otra oportunidad a su celo y caridad ardiente con motivo de una epidemia habida entre los peregrinos llegados de varias partes. Fue el convento de Santa María de Araceli el lugar de su residencia durante tres meses.

Vuelve a España. Y después de un tiempo en el convento castellano de Nuestra Señora de Salceda, llega en su última etapa terrenal a Alcalá de Henares, en cuyo convento de Santa María de Jesús había de vivir los últimos años de su vida mortal para nacer a la gloria y a la santidad de los altares.

Esta breve consignación geográfica de sus itinerarios en aquellos tiempos, y en un humilde hijo pueblerino y religioso lego, es más que suficiente para poner de relieve su destacada personalidad, cuya base estribaba tan sólo en su santidad misionera y caritativa.

Si hubiésemos de sintetizar la fisonomía de su espiritualidad, dentro siempre del estilo franciscano de su vida, no dudaríamos en destacar la obediencia hasta el milagro, la sencillez y servicialidad sin límites, la caridad heroica para con todos, como las virtudes que le encumbraron a la santidad y que le hicieron famoso y hasta popular en vida y después de su muerte. El humilde lego que hacía salir a su paso a todos para verle y acogerse a su valimiento delante de Dios mientras vivía, había de congregar junto a su sepulcro a los grandes de la tierra después de muerto. Cardenales y prelados de la Iglesia, reyes y príncipes, hombres y mujeres del pueblo habían de ir, sin distinción de clases, al humilde religioso franciscano. Enrique IV de Castilla, primero; cardenales de Toledo, príncipes de España, el mismo Felipe II después, acudieron junto a su tumba, llevados por el mismo sentimiento de confianza en su santidad milagrosa, o hicieron llevar sus restos sagrados hasta las cámaras regias, como en el caso del príncipe Carlos, hijo del Rey Prudente, a fin de impetrar de Dios, por su mediación, la curación y el milagro. Nada menos que el propio Lope de Vega había de inmortalizar en una de sus comedias en verso el milagro del príncipe Carlos, que había de cantar, en la poesía del Fénix de nuestros Ingenios, el pueblo todo de España.

Nadie con más autoridad que Sixto V puede resumirnos las características de la santidad de Diego. «El Todopoderoso Dios –dice en la bula de canonización–, en el siglo pasado, muy vecino y cercano a la memoria de los nuestros, de la humilde familia de los frailes menores, eligió al humilde y bienaventurado Diego, nacido en España, no excelente en doctrina, sino “idiota” y en la santa religión por su profesión lego..., mostrándole claramente que lo que es menos sabio de Dios, es más sabio que todos los hombres, y lo más enfermo y flaco, más fuerte que todos los hombres... Dios, que hace solo grandes maravillas, a este su siervo pequeñito y abandonado, con sus celestiales dones de tal manera adornó y con tanto fuego del espíritu Santo le encendió, dándole su mano para hacer tales y tantas señales y prodigios así en vida como después de muerto, que no sólo esclareció con ellos los reinos de España, sino aun los extraños, por donde su nombre es divulgado con grande honra y gloria suya... Determinamos y decretamos –continúa la bula– que el bienaventurado fray Diego de San Nicolás, de la provincia de la Andalucía española, debe ser inscrito en el número y catálogo de los santos confesores, como por la presente declaramos y escribimos; y mandamos que de todos sea honrado, venerado y tenido por santo...»

Lo humilde y pobre del mundo fue escogido por Dios para maravilla de los grandes y poderosos de la tierra. En Diego se cumplió una vez más de modo esplendente el milagro de la gracia.

Así se consumaron las etapas del itinerario de San Diego de San Nicolás, quien entró en la inmortalidad bienaventurada el 13 de noviembre de 1463 en Alcalá, y en la gloria de los altares en julio de 1588, bajo el pontificado de Sixto V, culminando el proceso introducido por Pío IV en tiempos de Felipe II.

No queremos cerrar esta silueta sin consignar aquí un deseo y una aspiración de todos sus paisanos, y que será la última etapa de sus itinerarios y hasta una solución a la soledad en que hoy se halla su sepulcro. La etapa, triunfal y definitiva, de Alcalá, donde hoy reposa, a San Nicolás, la villa que le vio nacer, y en la que la devoción popular al santo Patrono y paisano espera tenerle lo más cerca posible, no sólo para honrarle como su santidad y gloria merecen, sino incluso para conseguir por su mediación valiosa la completa y plena restauración de la vida cristiana de un pueblo pequeño y humilde, pero que conserva la fe en su Santo, al que lleva siglos esperando.

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: campitos0 Enviado: 14/11/2015 21:58
Nicolás I, Santo
CV Papa, 13 de noviembre


Por: . | Fuente: Enciclopedia Católica / ACIprensa 



CV Papa

Martirologio Romano: En la basílica de San Pedro, de Roma, san Nicolás I, papa, que sobresalió por su energía apostólica al reafirmar la autoridad del Romano Pontífice en toda la Iglesia ( 867).

Breve Biografía

Nació en Roma, en fecha desconocida; falleció el 13 de Noviembre del 867. Fue uno de los grandes papas de la Edad Media, con una influencia decisiva sobre el desarrollo histórico del papado y su posición entre las naciones Cristianas de Europa Occidental. Provenía de una familia distinguida, siendo hijo del Defensor Teodoro, y contó con una excelente base académica. Ya notable por su religiosidad, benevolencia, capacidad, conocimientos y elocuencia, él ingresó, a muy temprana edad, al servicio de la Iglesia, siendo nombrado subdiácono por el Papa Sergio II (844-47), y diácono por León IV (847-55). A la muerte de Benedicto (el 7 de Abril del 858) el Emperador Luis II, quien se hallaba en las cercanías de Roma, ingresó a la ciudad para influir en la elección. El 24 de Abril, Nicolás fue elegido papa, y el mismo día fue consagrado y entronizado en San Pedro, en presencia del emperador. Tres días más tarde, él ofreció un banquete de despedida al emperador y después, acompañado por los nobles romanos, fue a visitarlo a su campamento frente a la ciudad, ocasión en la que el emperador dio el encuentro al papa y condujo su caballo durante un trecho.

En ese entonces, el Cristianismo estaba en un estado de grave decaimiento. El imperio de Carlomagno había quedado deshecho, el territorio Cristiano estaba amenazado desde el norte y el este, y el Cristianismo parecía al borde de la anarquía. La moralidad Cristiana era despreciada; muchos obispos eran mundanos e indignos de su cargo. Había el peligro de una declinación universal de la civilización superior. El Papa Nicolás apareció como un representante consciente de la Supremacía Romana en la Iglesia. Él tenía un elevado concepto de su misión para la reivindicación de la moral cristiana, la defensa de la ley de Dios contra los poderosos obispos.

El Arzobispo Juan de Rávena oprimía a los habitantes del territorio papal, trataba con violencia a sus obispos diocesanos, les exigía dinero injustamente, y encarcelaba ilegalmente a los sacerdotes. También falsificaba documentos para sustentar sus reclamos ante la Sede Romana y maltrataba a los delegados papales. Dado que las advertencias del Papa no daban resultados, y que el arzobispo ignoraba tres veces los llamados para que se presentara ante el tribunal papal, fue excomulgado. Habiendo primero visitado al Emperador Luis en Pavia, el Arzobispo regresó a Roma, con dos delegados imperiales, donde Nicolás lo citó ante el Sínodo Romano reunido en el otoño de 860. Ante esto, Juan huyó de Roma. El Papa fue en persona a Rávena, donde investigó y normó con justicia todo lo que era necesario. Al apelar nuevamente ante el emperador, éste recomendó al arzobispo que se sometiera al papa, lo que hizo en el Sínodo Romano de Noviembre del 861. Sin embargo, posteriormente, este arzobispo pactó con los arzobispos excomulgados de Trier y Cologne, por lo que nuevamente fue excomulgado, y nuevamente forzado a someterse al papa.

Otro conflicto se produjo entre Nicolás y el Arzobispo Hincmar de Reims: esto tenía que ver con las prerrogativas del papado. El Obispo Rothad de Soissons había apelado ante el papa contra la decisión del Sínodo de Soissons, del año 861, que lo había depuesto; Hincmar se opuso a la apelación ante el papa, pero eventualmente tuvo que reconocer el derecho del papa de tomar conocimiento de causas legales importantes (causæ majores) y opinar sobre ellas. Otra disputa se produjo entre Hincmar y el papa, por la elevación del clérigo Wulfad a la Sede Arzobispal de Bourges, pero también aquí Hincmar finalmente se sometió a los decretos de la Sede Apostólica y los Sínodos Francos emitieron las ordenanzas correspondientes.



Nicolás demostró igual celo en otros esfuerzos para mantener la disciplina eclesiástica, sobre todo en lo referente a las leyes sobre el matrimonio. Ingiltrud, esposa del Conde Boso, había dejado a su esposo para irse con su amante; Nicolás ordenó a los obispos en los dominios de Charles the Bold, excomulgarla a menos que regresara con su esposo. Ya que ella ignoró las citaciones para presentarse ante el Sínodo de Milán en el año 860, fue excomulgada. El papa también se vio envuelto en una desesperada lucha acerca de la inviolabilidad del matrimonio, con Lothair II de Lorraine. Lothair había dejado a Theutberga, su legítima esposa, para casarse con Waldrada. En el Sínodo de Aachen, el 28 de Abril del 862, los obispos de Lorraine, sin importarles sus funciones, aprobaron esta unión ilícita. En el Sínodo de Metz, en Junio de 863, los delegados papales, sobornados por el rey, confirmaron la decisión de Aachen, y condenaron a Theutberga en ausencia. Ante esto, el papa llevó este asunto ante su propio tribunal. Los dos arzobispos, Günther de Cologne y Thietgaud de Trier, que habían llegado a Roma como delegados, fueron llamados a presentarse ante el Lateran Synod de Octubre de 863, donde el papa los condenó y destituyó, al igual que a Juan de Rávena y Hagano de Bergamo. El Emperador Luis II hizo suya la causa de los obispos destituidos, en tanto que el Rey Lothair avanzó sobre Roma con su ejército y puso a la ciudad bajo sitio, debido a lo cual el papa se vio confinado y sin alimentos, durante dos días, en San Pedro. No obstante, Nicolás no cedió en su determinación; el emperador, luego de reconciliarse con el papa, se retiró de Roma y ordenó a los Arzobispos de Trier y Cologne que regresaran a sus lugares de origen. Nicolás nunca dejó de intentar que se reconciliaran Lothair y su esposa legítima, pero sin lograrlo. Otro caso matrimonial en el que intercedió Nicolás fue el de Judith, hija de Charles the Bold, quien se había casado con Baldwin, Conde de Flanders, sin el consentimiento de su padre. Los obispos Francos habían excomulgado a Judith, y Hincmar de Reims estaba en contra de ella, pero Nicolás les pidió ser indulgentes, para proteger la libertad de matrimonio. Él, en muchos otros asuntos eclesiásticos, también emitió cartas y decisiones y tomó medidas contra los obispos que incumplían sus funciones.

En el tema del emperador y los patriarcas de Constantinopla, Nicolás se mostró como el líder de la Iglesia por designación Divina. En violación de la ley eclesiástica, el Patriarca Ignatius fue destituido en 857, ascendiendo ilegalmente Photius a la sede patriarcal. En una carta dirigida (8 de Mayo de 862) a los patriarcas del Oriente, Nicolás les invocó a ellos y a todos sus obispos, a desconocer a Photius, y en un Sínodo Romano de Abril de 863, él excomulgó a Photius. Él también alentó la actividad misionera de la Iglesia. Él aprobó la unión de las sedes de Bremen y Hamburgo, y confirmó a San Anschar, Arzobispo de Bremen, y sus sucesores como delegados papales ante Daneses, Suecos, y Eslavos. Bulgaria, habiendo sido convertida por los misioneros Griegos, su gobernante, el Príncipe Boris, en Agosto de 863, envió una comunicación al papa con ciento seis preguntas acerca de las enseñanzas y la disciplina de la Iglesia. Nicolás respondió exhaustivamente dichas preguntas en la célebre "Responsa Nicolai ad consulta Bulgarorum" (Mansi, "Coll. Conc.", XV, 401 sqq.). La carta muestra cuán fuerte era el deseo de él para fomentar los principios de una earnest vida Cristiana en este pueblo recién convertido. Al mismo tiempo, él envió una embajada el Príncipe Boris, con el encargo de aplicar sus esfuerzos personales para lograr el objetivo del papa. No obstante ello, finalmente Boris se afilió a la Iglesia Oriental.

En Roma, Nicolás reconstruyó y dotó de fondos a diversas iglesias y permanentemente buscó promover la vida religiosa. Su propia vida estaba guiada por un espíritu de gran ascetismo y profunda religiosidad Cristiana. Los ciudadanos de Roma le profesaban una gran estimación, como lo era por sus contemporáneos en general (cf. Regino, "Chronicon", ad an. 868, in "Mon. Germ. Hist." Script.", I, 579), y se le consideró como un santo al morir. Un tema de gran discusión y que es importante para juzgar la posición de este papa, es si él utilizó los forged pseudo-Isidorian papal decretals. Luego de una exhaustiva investigación, Schrörs ha concluido que el papa nunca tuvo conocimiento de la colección pseudo-Isidorian en toda su extensión, ni empleó alguna de sus partes; que tal vez él había tenido un conocimiento general de los false decretals, pero no fundamentó en ellos su visión de la ley, y que su conocimiento de ellos se debía únicamente a documentos que le llegaron del Imperio Franco [Schrörs, "Papst Nikolaus I. und Pseudo-Isidor" in "Historisches Jahrbuch", XXV (1904), 1 sqq.; Idem, "Die pseudoisidorische 'Exceptio spolii' bei Papst Nikolaus I" in "Historisches Jahrbuch", XXVI (1905), 275 sqq.]



 
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